El adalid de la lucha de los saharauis

Con mucha atención he leído las declaraciones de Javier Bardem que se postula como el adalid de la lucha de la comunidad saharaui. No creo que el pueblo saharaui necesite de este magnífico actor en mitad de un largo litigio del que nos debería preocupar el poso de odio que está dejando entre marroquíes y saharauis. Ver a estos dos colectivos enfrentados en un desgarrador cuerpo a cuerpo en la ciudad de El Aiún y últimamente en la ciudad de Dajla merece una intervención mucho más seria que un discurso en el que entre otras muchas cosas el actor pide enmarcar el problema saharaui en el fenómeno de la primavera árabe. No creo siquiera que sea necesario porque el origen del despertar árabe se podría situar en Gdeim Izik, el campamento saharaui de El Aiún que fue desmantelado violentamente por las fuerzas de seguridad marroquís el pasado 8 de noviembre y desencadenó una batalla campal sin precedentes en la antigua capital española y acabó con un siniestro saldo de decenas de heridos y muertos en los dos lados, tanto en las filas saharauis como en las filas marroquís.

Sí es cierto que Javier Bardem ha logrado volver a poner de relieve el olvido de un conflicto movido por intereses, por unos recursos naturales codiciados, que hasta el momento ha provocado una situación de inestabilidad que afecta a todo el Magreb. Pero lo que está claro es que el litigio no se resolverá, ni mucho menos, con manifestaciones como la de Bardem porque la llave sigue estando en manos de los líderes políticos mundiales que mantienen una postura neutral, a favor de las tesis marroquís o del Polisario dependiendo de la conveniencia o de los intereses.

Lo que quiero decir es que ni los partidarios ni opositores de las reivindicaciones saharauis se están dando cuenta de las consecuencias tan gravosas del aletargado conflicto que, además de seguir derramando sangre, ha provocado perjuicios irreparables entre saharauis y marroquís, que pueblan un mismo territorio. Ahora son los jóvenes marroquís los que actúan –sospechosamente de forma unilateral– contra sus vecinos saharauis o compañeros de colegio. Esto, habría que decirle al señor Bardem, es también digno de ser denunciado ante la ONU. Que mientras ambos bandos negocian en las Naciones Unidas una falsa salida, los civiles marroquís y saharauis siguen siendo víctimas de una cuestión sin visos de solución porque ya no hay voluntad política para que se resuelva.

Pasarán otros 30 años y el saldo de heridos y muertos entre ciudadanos marroquís y saharauis continuará incrementándose y las violaciones de los derechos humanos seguirán cometiéndose al tiempo del “bla bla bla” de “buscar una solución que satisfaga a las dos partes”. Como esa solución no llega, al menos, que la comunidad internacional haga algo para evitar nuevos estallidos de violencia y sus cascos azules amplíen competencias para situaciones que atañen a los derechos humanos. Y mientras esa solución no llega, al menos mantener a la población del Sáhara en una situación de dignidad, que sus condiciones de vida mejoren y sus condiciones de trabajo también. No se puede permitir que en el siglo XXI el drama de un histórico problema de descolonización afecte al desarrollo de los países y a la evolución humana. Hay que buscar soluciones, lejos de las armas, y hay que encontrarlas en la diplomacia, en el intercambio de intereses, le diría al señor Bardem. ¿O es que usted piensa que el conflicto del Sáhara no afecta también a la sociedad civil marroquí? Si Marruecos, en vez de destinar esas desorbitadas cantidades de dinero a los cuerpos y fuerzas de seguridad desplegadas a lo largo de los miles de kilómetros del Sáhara, los dedicara a paliar las necesidades sociales de este país, otro gallo cantaría.
Por Beatriz Mesa Garcia ,– 5 octubre, 2011

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