La noticia del secuestro de varios cooperantes en los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf (Argelia) y las interpretaciones que desde la diplomacia española o marroquí se están dando de ella han sumido a la sociedad española en cierta perplejidad, por lo que parece necesario hacer algunas puntualizaciones al respecto.
Marruecos viene acusando al Frente Polisario desde hace más de una década de entrenar en los campamentos a terroristas de Al Qaida. Es éste, junto a su presunta lucha contra la inmigración ilegal, el argumento estrella del lobby marroquí para buscar apoyos contra la independencia del territorio: un Estado independiente sustentado por el integrismo islamista constituiría un grave peligro en las puertas de Europa. De hecho, durante el mandato de Bush este lobby consiguió que numerosos miembros del Congreso de los EE UU firmaran un escrito por estos motivos en contra de la independencia saharaui, olvidando al parecer que el enemigo terrorista se encuentra en el propio territorio marroquí, a miles de kilómetros de donde malviven los refugiados (recuérdense los atentados de 2003 y 2004 contra la casa española en Casablanca o el 11-M en Madrid).
La amenaza terrorista en los campamentos de refugiados es cierta y antigua, aunque no proviene precisamente del gobierno saharaui. En un cable de Wikileaks de 16 de diciembre de 2009 la embajada de EEUU en Argel daba cuenta de que en esas fechas las autoridades saharauis fueron informadas por grupos terroristas islamistas de su intención de atentar contra cooperantes occidentales de los campamentos de refugiados. Las razones de estas amenazas contradicen literalmente las acusaciones marroquíes: los extremistas perciben al pueblo saharaui como «demasiado próximo a Occidente y no suficientemente piadoso, en parte porque los líderes religiosos saharauis han animado a las ONGs occidentales a participar en seminarios sobre diálogo interreligioso y la situación de la mujer». En este mismo cable la embajada estadounidense, habitualmente bien informada, insistía en la permanente presión del Frente Polisario para impedir la entrada incluso ideológica del integrismo islámico en los campamentos. Continúa señalado el cable que «el Frente Polisario es bastante bueno en el control del territorio que administra, pero que, como Argelia, no puede controlar cada centímetro de un territorio tan vasto». En resumidas cuentas, el problema no es que los saharauis entrenen a terroristas o que sean apoyados por éstos, sino que son precisamente los integristas quienes amenazan a los saharauis por su interpretación excesivamente relajada del Islam. El Frente Polisario planta cara abiertamente al terrorismo de Al Qaida, pero abandonarle a su suerte en esta lucha, manteniendo sine die la agonía actual de su población, es jugar con fuego.
Si algo pone de relieve este ataque terrorista son las graves consecuencias de la ceguera de Estados como Francia y España, miembros del ‘Grupo de amigos del Sahara Occidental’ (¿amigos de quién?, se pregunta uno), empeñados en apoyar a quien con luz y taquígrafos viola del Derecho internacional; las graves consecuencias de la ocupación militar marroquí que tiene dividido al pueblo saharaui entre quienes soportan las violaciones de sus derechos más elementales en su propio territorio y quienes sobreviven a duras penas, lejos de su tierra, en los campamentos de refugiados; las graves consecuencias de engañar a un pueblo que confió en las Naciones Unidas cambiando hace 20 años las armas por las urnas, con la promesa de un referéndum que nunca llega.
Desde la perspectiva del Derecho internacional la solución está meridianamente clara: debe celebrarse un referéndum de autodeterminación en el que participen todos los saharauis inscritos en el censo confeccionado por las Naciones Unidas (que respetaron escrupulosamente los criterios negociados libremente por Marruecos y el Frente Polisario), y sólo ellos.
Pese a lo que puedan decir las diplomacias española, francesa o marroquí, no hay problemas técnicos de ningún tipo para llevar a cabo el referéndum. ‘Sólo’ falta lo más importante: la voluntad de llevarlo a cabo. Sólo esta solución puede poner fin al callejón sin salida al que parece abocar la comunidad internacional al pueblo saharaui que, desde un futuro Estado independiente y amigo de España, bien podría convertirse en el eslabón necesario para la tan cacareada ‘alianza de civilizaciones’.
JUAN SOROETA LICERAS | PROFESOR DE DERECHO INTERNACIONAL DE LA UPV-EHU
Diariovasco.com, 2/11/2011
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