Se han cumplido ya 20 años desde que gracias a la mediación de la ONU, el Frente Polisario y Marruecos acordaran un alto el fuego que ponía fin a los enfrentamientos iniciados en 1975. Y ha pasado ya una década desde que el enviado personal del secretario general de la ONU, James Baker, presentara su primer plan de paz, que fue rechazado entonces por el Frente Polisario, que aceptó en cambio la segunda propuesta presentada dos años después, en 2003.
Por aquel entonces, cabe recordar, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobaba sus resoluciones sobre el Sáhara sin mencionar ya el referéndum prometido en el primer Plan de Arreglo de 2001, mientras que instaba a las partes a buscar una solución mutuamente aceptable.
Desde hace casi una década, pues, el Consejo de Seguridad se ha decantado porque las partes negocien una salida que no necesariamente ha de pasar por el referéndum, que ya no exige, mientras que se declara más bien favorable a explorar lo que podría dar de sí una fórmula de autogobierno dentro de un sistema de autonomía marroquí.
Entre junio de 2009 y julio de 2011 se han celebrado ocho rondas de negociación entre el Frente Polisario y Marruecos, sin que hayan avanzado lo más mínimo, hasta el punto de que Marruecos —que a partir de enero será miembro del Consejo de Seguridad por dos años— se ha negado a celebrar más reuniones por considerarlas estériles, dada la inamovilidad de las partes. Puede que al final se celebre una nueva ronda negociadora el próximo año, pero si no hay un cambio de posición de alguna de las partes, resultará también una ronda inútil, lo que nos lleva a un posible escenario de ruptura definitiva de las negociaciones. Mientras, la población saharaui refugiada en los campamentos de Argelia (llevan allí 36 años, más de una generación) ve perder su oportunidad de regreso a su tierra natal, por la falta de avances en la negociación. Así las cosas, convendría hacerse algunas preguntas en aras al realismo y con el ánimo de desbloquear la situación.
Hemos de partir del hecho incuestionable de que Marruecos no cederá bajo ninguna circunstancia a su propuesta de autonomía, y que el Consejo de Seguridad no impondrá nunca una solución distinta, guste o no. Simplemente es la realidad. Un reinicio de las negociaciones en 2012 debería partir de la propuesta marroquí de autonomía de 2007, que en un proceso negociador podría mejorarse. Pero es una negociación para conseguir un autogobierno que permita garantizar la identidad del pueblo saharaui, aunque sea dentro del Reino de Marruecos.
¿Significa esto que algunos saharauis han de renunciar a su deseo de independencia? La respuesta es que no, pero a partir de aceptar en primera instancia una fórmula de autogobierno. En España, hay sectores independentistas en el País Vasco y en Cataluña, pero expresan su proyecto de futuro aceptando una realidad autonómica, a la espera de que en un futuro se den unas mayorías y unas condiciones que hagan posible sus proyectos. En el Sáhara habría que partir de la misma base, con una población saharaui instalada en el territorio histórico, bajo soberanía marroquí, y con la libertad de expresión necesaria para que los sectores independentistas pudieran expresar sus anhelos, sin que las autoridades marroquíes ejercieran represión por ello. ¿Es esto viable? Nadie lo sabe con seguridad, pero las garantías de seguridad personal y de expresión son también un tema de negociación.
Para salir del atolladero hay que hacer nuevos movimientos y cambiar la perspectiva. En este sentido, sería interesante que el secretario general de la ONU convocara a Nueva York al rey de Marruecos y al líder del Polisario, Mohamed Abdelaziz, que por cierto lleva ya más de 35 años como secretario general del Frente Polisario. Necesitamos planteamientos nuevos y gente nueva. Al drama saharaui le falta renovación, y a los 20 años del alto el fuego, lo único que no es admisible es la vuelta a las armas. En los tiempos actuales nadie lo apoyaría y el Frente Polisario se quedaría solo y sin recursos. Sería suicida, y más dada la situación de inestabilidad que vive la región saheliana, con Al Qaeda de por medio.
Aceptar el autogobierno no es traicionar al pueblo saharaui. Pedir lo imposible y aceptar 30 años más de desierto es, en cambio, un mal favor a una población que tiene el derecho, después de tantos años, de retornar al Sáhara y ser protagonista de su destino, aunque inicialmente sea dentro del marco de una autonomía marroquí, eso sí, lo más avanzada posible. Quedará pendiente otro capítulo doloroso, que es el reconocimiento marroquí de que hace 36 años ocupó un territorio, desalojó por la fuerza a la mitad de su población y la bombardeó en su exilio. Una verdad histórica que será necesario admitir para empezar un lento pero necesario proceso de reconciliación.
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