Hay algunas naciones, pueblos o grupos humanos, con características comunes que se sienten geográficamente adscritos y cohesionados por razones culturales, históricas y sentimentales y que tienen una mala suerte casi endémica. Habitualmente sus problemas pueden resultar incómodos por ubicación, por diferencia, por idiosincrasia, para uno o más de sus vecinos. Y estos son de mayor tamaño y peso específico, por lo que tampoco consiguen mucho apoyo real por parte de las demás naciones, que temen a la ira de los vecinos. El tiempo pasa, los conflictos se enquistan….
Uno de los pueblos, naciones, grupos que se enfrentan a esta situación son los saharauis. Antigua colonia española, por cierto. España tiene una postura ambigua con respecto a ellos, ya que no reconoce a la República Árabe Saharaui Democrática, por lo que no da valor jurídico a ningún documento oficial que emita dicha autoridad.
Tampoco considera expresamente al Sahara Occidental como parte de Marruecos. Probablemente porque tenemos una enorme responsabilidad histórica en la situación, horrendamente resuelta por nuestra parte. En 1992 debió celebrase, por mandato de la ONU un referéndum de autodeterminación que nunca se celebró. Parece que hay determinadas votaciones que se consideran de segunda categoría. A Mauritania y, sobre todo a Marruecos, no les interesa que haya otro país ocupando una franja con acceso al mar y control sobre el rico caladero.
Los saharauis refugiados ubicados en los campamentos de la región de Tinduf están en Argelia. No reclaman el territorio en el que se asientan, están de paso en un éxodo que ya dura 30 años. Pero si quieren viajar, necesitan un pasaporte, que tiene que estar emitido por una administración nacional reconocida por el país de destino. Esto es, un saharaui no puede entrar como tal en España.
Argelia es consciente del problema y emite un pasaporte argelino, pasaporte que se puede utilizar como título de viaje pero que no supone en ningún caso el reconocimiento como argelino. El titular del pasaporte, recordemos, es saharaui, si bien no puede ejercer legalmente tal condición. No quiere ser de Argelia, y mucho menos, de Marruecos.
Si consigue llegar a España gracias a su pasaporte-puente de Argelia, se ha convertido en un apátrida. Y a un apátrida hay que documentarle y darle un permiso de residencia, asunto que al Estado español no le hace mucha gracia. Una reciente sentencia de la Audiencia Nacional recoge el enésimo caso de solicitud negada a un saharaui.
Se la deniegan porque tiene un pasaporte argelino y no tiene certificado de “saharauicidad” del MINURSO, organismo peculiar donde los haya que lleva 22 años intentando –con escaso éxito- organizar un referéndum para el Sahara Occidental. No debe ponerle mucho empeño, porque les ha dado tiempo a preguntar uno por uno a todos los implicados.
La Audiencia Nacional reconoce al demandante su condición de apátrida, reprochando a la Administración su excesivo formalismo. Apátrida involuntario, ya que le gustaría ser reconocido como saharaui. Pero para España, no es de ninguna parte.
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