En estos días la opinión pública mundial ha condenado enérgicamente la operación de castigo impuesto a los ataques con cohetes de la organización Hamas. Los ataques terminaron con la vida de más de 2.000 civiles palestinos en la sufrida Franja de Gaza, sin olvidar las víctimas inocentes israelíes.
El pueblo palestino, luego de la intempestiva retirada británica, por no decir abandono de sus obligaciones como potencia administradora (como España luego de los fatídicos acuerdos de Madrid) en 1948 comenzaría la Nakba (“Catástrofe”) obligando a millares de familias a huir de la guerra. Quiénes se quedaron, debieron soportar y aún soportan el régimen de ocupación militar, privados de sus derechos y sujetos siempre las arbitrariedades de la potencia ocupante. El régimen de autonomía tras los Acuerdos de Oslo, como paso a la creación de un Estado palestino libre, quedó en el camino por la intolerancia, la indiferencia de la Comunidad Internacional. Los años de ocupación, la falta de un “Estado”, la usurpación de sus tierras con la llegada de colonos, las divisiones en el movimiento nacionalista y el sectarismo, apoyados por agentes externos oportunistas, llevaron a muchos palestinos a la peor de las violencias. Las Naciones Unidas, la Liga Árabe, la Unión Europea y los Estados Unidos, llenaron de promesas a los palestinos.
Los Acuerdos de Oslo y la “Hoja de Ruta” y otros tantos planes de paz, son letra muerta en un contexto sombrío para los palestinos. Millares continúan en campos de refugiados, siguiendo como ciudadanos de segunda clase (ahora amenazados por la guerra civil siria, que los obliga a un nuevo exilio) y dependiendo de la ayuda internacional. La llamada “Autoridad Nacional Palestina” rimbombante título, como expresó un periodista español, para una suerte de gobierno municipal en la práctica ha logrado tener importantes éxitos, al lograr que decenas de países (por ejemplo gran parte de América Latina) reconozca la existencia de un Estado palestino. Incluso este Estado palestino es parte de la UNESCO. No obstante ello, la ilegalidad, la opresión y el sufrimiento sigue siendo a diario. Esto es una clara lección para las promesas del régimen de autonomía propuesta por el rey de Marruecos, para el caso saharaui. El caso palestino es un buen ejemplo, para llegado el caso que quieran aplicar “Acuerdos de Oslo” en una versión para el caso saharaui.
El drama palestino, víctima de las maquinaciones de los grandes intereses inconfesables, se asemeja a grandes rasgos al drama del pueblo saharaui, que a diferencia de los palestinos, es un pueblo olvidado. No son primera plana de ningún medio de difusión masiva, a pesar de su largo sufrimiento. Por un lado millares son ciudadanos de segunda en los territorios ocupados por Marruecos y por otro, millares viven en una situación precaria en los territorios liberados y en los campos de refugiados de Tinduf, siempre dependientes de una menguante ayuda internacional.
Los saharauis, vieron como los palestinos, la potencia administradora, cuando consideró que seguir cumpliendo con sus obligaciones ya no le era conveniente, hizo las maltas y los dejó librado a su propia suerte. Los saharauis, no tuvieron la suerte de los palestinos que vinieron cinco ejércitos a auxiliarlos. Tuvieron que librar ellos solos una guerra, que desde el comienzo parecía estar perdida.
En estos días que las cámaras de la prensa internacional mostraban las ruinas de Gaza, los desamparados por los ataques aéreos y el exilio de millares, venían a mi memoria el drama de Tifariti, Um Dreiga y otros nombres inmortalizados por los bombardeos 70 con las columnas de refugiados, que huían de los crímenes del rey Hassan II.
Los saharauis, como los palestinos, les hicieron promesas que cayeron en saco roto y observan en esta larga espera como la ilegalidad pareciera triunfar ante Naciones Unidas completamente indiferente. Comportamiento que ha costado muchas vidas. En el caso saharaui ¿Algún día Naciones Unidas pedirá perdón al pueblo saharaui como en caso de la tragedia siria? No solo perdón debe dárseles a millares que hace décadas esperan volver a sus casas, reencontrarse con sus familiares, amigos, sino deben ser merecedores de una reparación histórica. Responsabilidad que no podrá eludir las Naciones Unidas. Si lo hace, no será más que cómplice de gravísimos delitos internacionales.
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