Pasajes de una carta al liderazgo en vísperas del XIV Congreso

En más de una ocasión manifesté, como responsable para América Latina, mi desacuerdo con la pésima gestión de nuestra política exterior…. En concreto, no me pareció correcto que suframos reveses tan importantes como son la suspensión de nuestras relaciones diplomáticas con varias naciones de ese continente y no hayamos hecho la debida evaluación para recuperar el terreno perdido o, al menos, frenar el retroceso. En este sentido, reitere mi disconformidad con la política basada en la preeminencia del criterio tribal sobre las competencias y hojas de servicio a la hora de designar a representantes y embajadores. Sigo pensando que ese es nuestro principal talón de “Aquiles” en la batalla diplomática.
Con anterioridad choques y contradicciones similares tuvieron lugar con otro “icono” del poder, en este caso por la gestión de las ayudas humanitarias y proyectos de cooperación. En ambas ocasiones las divergencias se resolvieron por vía expedita, excluyendo y desterrando al problemático protagonista de tales impertinencias.
Es evidente que en nuestro actual sistema las reminiscencias de su pasado totalitario e intolerante siguen presentes en todo juicio o valoración de las conductas individuales. Así pues, a muchos dirigentes les resulta más fácil aislar y perseguir que sumar y cohesionar ideas y voluntades. Lo paradójico es que la acción punitiva no es por cuestiones de fondo como por ejemplo casos de corrupción, mal manejo de fondos o ayudas humanitarias, de bienes públicos, nepotismo, deslealtad o conspiración con el enemigo… Esas no son faltas graves, la que si lo es, es censurar la gestión de algún “ilustre” del poder por su incompetencia o su escasa transparencia y credibilidad… Creíamos que con el tiempo íbamos a proveernos de un sistema político mínimamente decente, pero prácticas abusivas al estilo “majzeniano”, actitudes arrogantes y torpes de algunos “jerarcas” al recibir críticas u opiniones adversas demuestra cuán patético es el talante democrático y bagaje político y cultural de quienes nos gobiernan desde hace cuarenta años.
Hoy nadie puede negar que la componenda tribal es la matriz de muchos de nuestros males. Es ella la que sustenta el régimen político y donde radica su órgano vital de legitimidad y supervivencia. Por eso algunos de nuestros mandatarios, los que encarnan la representatividad tribal en la pirámide del poder son vitalicios, intachables e incensurables. En el fuero interno de muchos de ellos, más que en el subconsciente, la credencial “social” es superior a la trayectoria y los méritos personales. Según sus esquemas mentales el valor real del individuo, con independencia de su valía o sus aportaciones a la causa, es el que proporciona la magnitud de su entorno tribal, como si viviéramos en una comunidad primitiva o de cazadores. Esta es la amarga y triste realidad, más allá de las apariencias o el modelo fantástico y ficticio que retratamos en nuestro discurso al exterior.
A tan solo unas horas del comienzo del XIV Congreso, es pertinente preguntarse si esta vez, en lugar de corrientes de opinión políticas o ideológicas, serán de nuevo las intrigas y pactos tribales lo que pesara en los debates, especialmente en cuestiones claves como la elección de la dirección política del movimiento o la sucesión en la más alta magistratura en caso de imponerse la voluntad de retiro del actual Presidente.
Ciertamente es una coyuntura compleja, no solo por los desafíos derivados del enfrentamiento con Marruecos, sino por el cumulo de errores de nuestra dirección política en estas cuatro décadas. Dicha complejidad exige, desde la serenidad y la cordura, combinar políticas claras y voluntades sinceras en pro del cambio, propuestas de transformación que regeneren la confianza en el proyecto nacional, que consoliden las instituciones, inculquen los valores de la ciudadanía, prioricen el interés nacional y que verdaderamente marquen un antes y un después en la historia del pueblo saharaui. Para empezar los dirigentes actuales y los que vayan a ser electos están emplazados a rectificar desviaciones estratégicas graves en el terreno ideológico como la relación simbiótica, de mutua dependencia, con el tribalismo.
Es irracional que en pleno siglo XX, el movimiento saharaui, en sus orígenes progresista, revolucionario y moderno termine cediendo espacios y protagonismo a un modelo social arcaico al extremo de viciar el “proyecto nacional” y dejarlo exhausto, en estado crítico de decadencia moral e ideológica. Más que un error es una “herejía” imperdonable, en términos políticos e ideológicos, cuyo culpable, por acción u omisión, por oportunismo o negligencia, es única y exclusivamente la dirección política, toda ella en su conjunto, sin excepción alguna. Qué mal o perversión padecemos hoy que no tenga sus raíces en el tribalismo? Desde el caos y parálisis de las instituciones hasta el descredito de la dirección nacional, pasando por el tráfico, el contrabando, la corrupción, el manejo impropio de las ayudas, las fortunas mal habidas, la impunidad, la inseguridad…, nada de esto se podrá erradicar mientras no se neutralice esa “hidra” llamada tribalismo, lo que, a estas alturas, es impensable sin refundar el Polisario y abrir paso a otra generación de líderes no contaminados, capaz de corregir la deriva y reconducir el proceso de liberación nacional
No sean ingenuos, ni dejen que los intereses egoístas os obcequen. Con el tribalismo aunque lo “vistamos de oro”, nunca se va a liberar la patria, ni se va a construir una sociedad moderna, tolerante y civilizada; por esa vía nunca prosperaron pueblos y naciones y si lo consiguieron fueron hechos efímeros y con desenlaces trágicos. Lo describió muy bien hace siete siglos el historiador Ibn Jaldun y lo volvieron a ratificar los acontecimientos del siglo XXI. Es más, proclamar entidades independientes en condiciones marcadas por el atraso social, cultural y político, a veces, equivale a sembrar semillas para estados fallidos, guerras fratricidas, matanzas y genocidios como vemos hoy en numerosos países africanos y árabes, incluidos los que se disfrazaron de “ revolucionarios” y “progresistas” o descubrieron la llamada “Tercera Teoría Universal”.
La responsabilidad histórica de la Dirección Política, actual y futura, es mayúscula en la conducción de este proceso de reflexión y discusiones el cual, por la gravedad del contexto y sus retos representa una oportunidad histórica irrepetible si se tiene la voluntad de conjurar el peligro antes de entrar en una espiral de fatalidades.
En lo personal, y en espera de que soplen nuevos vientos, seguiré siendo uno más de los que prefieren contribuir desde la crítica en lugar de aspirar a algún cupo de las “cartas astrales” del sistema, entre otras razones, porque “ma yaibitni legzana”, o lo que lo mismo, “no pinto nada” como dijo un gurú del fundamentalismo tribal y destacado “pensador” del Polisario de cuyo nombre no quiero acordarme, como decía el Quijote.
Hach Ahmed
Congresista ausente

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