“Todas las cosas aparecen y desaparecen por la concurrencia de causas y condiciones. Nada existe completamente solo; todo está en relación con todo lo demás » (Buda Gautama).
Hace un tiempo, alguien me dijo eso de que las casualidades no existen.
Que nada ni nadie llega a tu vida por cuestión del tan socorrido azar, o por haber sido bendecido por la tan deseada suerte. O por cualquier otra excusa que se quieran inventar. Ni por tener un destino escrito o saber jugar bien sus cartas. Ni por haber tentado y haber ganado la partida, sea la que sea. Ni siquiera por haber sido tocado por alguna varita mágica o creer en su existencia.
Aparecen. Así, sin hacer ruido, sin ser conscientes a veces que se pueden convertir en absolutamente todo. Y aparecen.
Algunos dirán que de la nada. Y como si nada. Como si fuera incluso posible. Llegan de sorpresa, como si hubieran aguardado el momento perfecto detrás de alguna esquina. Mirando de reojo, decidiendo cuándo sí y cuándo mejor no. Como si hubieran andado de puntillas hasta haber llegado a tu lado. Para elegir. Para saludar. Para entrar sin avisar. Y sin resistencias. Para quedarse.
Dicen que todo lo que se nos presenta en la vida, lo hace con un motivo. Absolutamente todo, y todas y cada una de las personas que conocemos, lo creamos o no. Vienen con un propósito auténtico y único. Real y sólido. Un porqué con respuesta, aunque no lo parezca, al menos de entrada. Un para qué más que preciso. Una intención bien definida que nos lleve a una finalidad muy clara. Una razón que no siempre es fácil entrever y a veces es hasta difícil de digerir.
Que no imposible, ojo.
Pero esa es otra historia.
Los niños saharauis, llegan a tu casa, llegan a ti con una enseñanza debajo del brazo. Como el pan que dicen traer los niños al nacer. Algunos lo llaman suerte, otros fortuna. Algo que quizá nadie más te podrá dar o enseñar. O al menos, no de la misma manera. Quizá en otro momento y sobre otro escenario. Pero ya no será lo mismo, será otra la enseñanza.
Llegan para ayudarte, con algo o con alguien. Porque estás atascado, o por todo lo contrario. Por ser hora de mover ficha o de cambiar de zapatos. Nada del otro mundo. En tiempo presente o con aires de pasado, por aquello de avanzar, de dar más de ti, por aprender… La cuestión es saber verlo, estar dispuesto a oírlo, a interpretarlo, a llevarlo a nuestro terreno. Y sobre todo, querer actuar. Querer dar, pero sobre todo: recibir.
Llegan para hacerte cambiar. De golpe o poco a poco. A tu ritmo. Por ti mismo, por tu propia voluntad y deseo, nadie habla aquí de fuerza. Quizá sólo te hacen cambiar el modo en que coloques tus prioridades. O puede que sólo lo necesario para notar un “algo” distinto. O puede que des tal giro, que ni tú mismo te reconozcas al mirarte en el espejo.
Llegan para hacer un regalo, uno muy especial. Siempre. Uno de esos regalos que lleva el nombre del “querer, aunque no sea de la misma sangre” en letras grandes y se esconde bajo un enorme lazo rojo, que no puedes esperar a deshacer. Quizá camuflado debajo del brazo, hasta imperceptible en un principio. O puede que seas de esas personas a las que les cuesta trabajo aceptarlo, por no mostrar tu debilidad, por no creer merecerlo, por no atreverse a cogerlo. Pero ahí está, esperando. Esperándote.
Dicen que los regalos hablan por nosotros.
Llegan… porque es su-vuestro momento. Porque tienen que llegar. Sí o sí. Porque quieren llegar. No tanto por ser lo que toca, sino por conocer, compartir y querer(os) a partes iguales. Aquí y ahora. Ni antes ni después. Porque llegó su soplo de aire fresco, su minuto de oro, su verano y el tuyo.
Y puede que llevaras tiempo esperando. Esperando a algo o alguien. Alguna señal. Alguna pista que despejara tus dudas o aclarara tus ideas. O puede que realmente no lo esperaras para nada. O ambos. Puede que te cansaras de esperar y decidieras no volver a hacerlo. El orden de los factores no altera el resultado.
Lo que ha de ser será. Y no por casualidad.
Pero llegar, llega.
Siempre, siempre, por causalidad. Hay regalos con nombres propios, experiencias que enganchan, corazones que se tocan, y de eso no se habla en los libros ni en las películas.
Y, como me decía mi amiga María, el otro día haciendo nuestras “valoraciones” del vacaciones en paz, “esta experiencia me ha dado la hermana que nunca he podido tener, y sólo por eso lo repetiría mil veces”. María, lleva acogiendo 20 años, y este año está más nerviosa si cabe porque acogerán por primera vez al hijo de la que fue su primera niña del vacaciones en paz. Que os digo yo una cosa: ¡un Goya a tod@s los que año tras año os sumáis a esta aventura por casualidad o por destino, jugáis un papel INCREIBLE!
Benda Lehbib Lebsir.
Fuente:1saharaui, 03/02/2019
Tags : Sahara Occidental, Vacaciones en Paz, niños saharauis, refugiados saharauis,
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