La novia de Güeiret Lalia, un corto relato del escritor saharaui Mohamidi Fakal-la, desde los campamentos de refugiados saharauis.
Las elevaciones se apreciaban en la inmensidad, en contraste con un lejano espejismo de tonos grisáceos y pardos. Todos miraban hacia la misma dirección, contemplando en silencio el noreste de Zemur, entre los riachuelos secos de El Uch y Wad Naser.
En la cúspide de una de aquellas colinas el misterio prevalecía, suscitando interés alrededor de las lápidas levantadas sobre las tumbas, clavadas en el suelo de forma semicircular para velar los restos mortales de una mujer. Según la leyenda, fue una bellísima joven, estoica como los pedregales que se apilaban sobre sus restos mortales, a fin de que las fieras no desenterraran la sepultura.
Una terrible odisea que terminó para la novia Lalia en un desenlace fatídico, precisamente en los momentos más felices de su vida. Según la costumbre que imperaba en el seno de la comunidad, la novia estaba sujeta a cumplir con un ritual por el que durante las primeras noches de la boda tenía que ocultarse, lejos de la vista de la gente, y abandonar el campamento donde vivía como muestra de orgullo y como reto de valentía.
Era también una forma de enaltecer al novio y sus allegados para que entraran en una enfurecida y alborotada búsqueda a fin de descubrir el escondite de la novia. El descubridor sería agasajado por el mayor trofeo de la celebración conyugal. Se trataba en realidad de un folclórico carnaval lleno de expectativas y en el que no faltarían nunca las bromas y el regocijo desenfrenado que despertaba alegría durante tres días consecutivos de la boda, donde los cánticos se confundían con la exhibición de destreza de sables, que se entrechocaban a la altura de las gibas de los dromedarios. De esta manera mostraban los jinetes su alegría.
Pero lo festivo se trasformó en terrible desgracia al ser localizada la novia sin vida en las faldas del monte donde había sido atacada por una hiena. Un hecho desolador, silencioso y triste para toda la comunidad. Entre lágrimas y gritos de dolor, el campamento le rindió un último tributo, envuelta en su vestimenta de boda, que se había convertido en sudario. El féretro, ceremoniosamente, fue trasladado hasta la cima del montículo para ser enterrada entre un murmullo de rezos y plegarias.
De ahí surgía esa relación intrínseca y fecunda con la tierra. Permanente ligadura en la que se concertasen los sueños de manera poética a pesar de ser hechos indeseables, sin ser relegados a segundo plano por sus valores didácticos. En este sentido se conjugaban la encarnación y el simbolismo de Lalia y la montaña que llevaría su mismo nombre, otorgándole una eternidad casi absoluta, como leyenda mitológica que se cuenta cuando pasa un viajero por la colina que lleva su nombre, Güeiret Lalia. Es el reforzamiento de una historia de amor, mucho más allá de lo histórico y geográfico. De hecho, es una hazaña rubricada en el tiempo para ser abordada como una moraleja, lejos de todo lo idílico.
Es verdad también que las anécdotas se dispersan en la dualidad del tiempo, pero lo cierto, sin duda, es que las caravanas, los ruteros y viajeros toman en sus largas travesías como referencia la colina de Lalia.
Fuente : Generación de la Amistad Saharaui
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