Catégorie : Magreb

  • ONU: Marruecos baja en el índice de desarrollo humano, incluso detrás de Libia

    En su informe sobre el Índice de Desarrollo Humano Mundial, Marruecos cayó hacia la posición 123 por detrás de sus dos vecinos, Argelia (83) y Túnez (97).

    Marruecos está incluso detrás de un país devastado por la guerra civil, Libia (102) y otro que ha experimentado un embargo económico durante más de 50 años, Cuba (68).

    Aunque, en promedio, todas las regiones han avanzado considerablemente en desarrollo humano entre 1990 y 2015, una de cada tres personas aun vive en contextos de desarrollo bajo.

    Los países desarrollados también enfrentan los problemas de la pobreza y la exclusión, más de 300 millones de sus ciudadanos y ciudadanas viven en pobreza relativa, más de un tercio de los cuales son menores de edad.

    El Informe sobre Desarrollo Humano 2016 señala que en casi todos los países, diversos grupos de personas experimentan desafíos y exclusión en diferentes áreas, a la vez. Mujeres, niñas, poblaciones rurales, personas indígenas, minorías étnicas, personas que vive con dispacacidades, migrantes, refugiados y la comunidad LGBTI se encuentran entre estos grupos que son sistemática excluidos a través de barreras que no son puramente económicas, sino también políticas, sociales y culturales.

    El reporte también remarca la importancia de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible para ampliar y consolidar los avances, haciendo énfasis en el hecho de que sus Objetivos y el enfoque de desarrollo humano se refuerzan mutuamente.

    Tags : Marruecos, desarrollo humano, ONU, pobreza, deuda, LGTBI, discriminación, sexismo,

  • Argelia : El viernes de todos los riesgos

    ¿QUÉ RESPONDERÁN LOS MANIFESTANTES A LA PROPUESTA DE GAÏD SALAH? – Nuevo viernes de suspenso

    Desde el martes, el panorama político argelino ha estado marcado por reacciones muy numerosas a raíz de la petición del Jefe de Estado Mayor de que se aplicara el artículo 102(*).

    Sin embargo, la respuesta más ansiada vendrá de la calle, que está a punto de experimentar otro viernes de protesta ya que abundan los llamamientos para una nueva movilización ciudadana este fin de semana y que pueden considerarse como una respuesta a la proposición del jefe del ajército.

    Los argelinos se han fijado objetivos muy claramente expresados a través de consignas actualizadas basadas en la evolución de la situación y es muy poco probable que la última publicación de Gaïd Salah fuera acogida como una « medida » que podría invertir la tendencia.

    Mientras tanto, hay que tener en cuenta varios elementos en un intento de evaluar cómo se traducirá la expresión popular. El primero se refiere a la situación que prevaleció durante las primeras horas y el día después del discurso de Gaid Salah en Ouargla.

    A los manifestantes (principalmente estudiantes) reunidos en la Plaza de Audin para mantener la presión no se les unió una multitud en júbilo y especialmente a favor de las declaraciones inesperadas que pedían la ida de Abdelaziz Bouteflika por la aplicación del artículo 102. No se siguió a la voluntad de los ciudadanos que salían en vehículos que exigían la salida inmediata del Presidente de la República.

    Los periodistas de los canales de televisión privados que fueron enviados rápidamente al lugar se quedaron sin ninguna imagen en particular. Por el contrario, varios grupos pequeños vinieron a tomar la temperatura y a buscar explicaciones. Poco a poco, los lugares se han ido transformando en un espacio de consulta y debate. Hubo escepticismo, dudas (en cuanto a la verdadera intención de los autores de la apelación), preguntas, pero de ninguna manera una aceptación unánime de la propuesta ampliamente difundida por los medios de comunicación estatales.

    El segundo elemento a considerar está inevitablemente ligado a las reacciones que se suceden en Facebook. Esta red social número uno en el país fue el punto de partida innegable para el desafío en curso. A partir de ahí, los argelinos hicieron los primeros comentarios virulentos tras la confirmación de la opción del quinto mandato, llamados a expresar reacciones fuera del marco virtual, con miras a lanzar las manifestaciones el 22 de febrero. Y fue aquí también donde se hicieron llamamientos a la cautela muy poco después de la declaración de Ouargla. Los intelectuales han analizado el contenido del artículo 102, las disposiciones de la ley relativas a las etapas que conducen a la disposición de la ley antes de llegar a conclusiones ampliamente difundidas: « En el mejor de los casos, escribió un internauta, tendremos a Bensalah durante 45 días, en el peor de los casos, será Belaïz quien decida por nosotros, es una gran serpiente que quieren que nos traguemos ».

    A lo largo de todo el día de ayer, los usuarios de Internet se mostraron muy activos, enviando mensajes hostiles a esta propuesta que bien podrían estar presentes en futuros eslóganes. Esperando la confirmación del viernes……

    (*) « ART. 102.-

    Cuando el Presidente de la República, a causa de una enfermedad grave y duradera, se encuentre en la imposibilidad total de ejercer sus funciones, el Consejo Constitucional se reunirá de oficio y, después de haber verificado la realidad de este impedimento por todos los medios apropiados, propondrá por unanimidad al Parlamento que declare el estado de impedimento.

    El Parlamento, reunido en cámaras unificadas, declara el estado de incapacidad del Presidente de la República, por mayoría de dos tercios (2/3) de sus miembros y encarga al Jefe de Estado interino, por un período máximo de cuarenta y cinco (45) días, al Presidente del Consejo de la Nación, quien ejerce sus prerrogativas de conformidad con lo dispuesto en el artículo 104 de la Constitución (que limita los poderes del Presidente interino, Nota de la redacción).

    En caso de que el impedimento continúe después de la expiración del plazo de cuarenta y cinco (45) días, se hará una declaración de vacante por ministerio de la ley, de conformidad con el procedimiento a que se refieren los párrafos anteriores y las disposiciones de los párrafos siguientes del presente artículo.

    En caso de renuncia o fallecimiento del Presidente de la República, el Consejo Constitucional se reunirá de oficio y determinará la vacante definitiva de la Presidencia de la República.

    Transmitirá inmediatamente la declaración final de vacante al Parlamento, que se reunirá de pleno derecho. El Presidente del Consejo de la Nación asumirá el cargo de Jefe de Estado por un plazo máximo de noventa (90) días, durante los cuales se celebrarán elecciones presidenciales ».

    Tags : algérie, présidentielles 2019, Bouteflika, article 102, vacance du pouvoir, transition,

  • Marruecos : la desaparición de la princesa Lalla Salma desata locos rumores

    Marruecos – La supuesta doble vida socava el trono del rey jet-set de Marruecos: « Era un cliente fiel de bares gay en Bruselas »

    Het Laatste Niews (Bélgica), 24 marzo 2019

    Cuando el príncipe Harry británica (34 años) y su esposa embarazada Meghan (37 años) van en este estado, por lo general ayuda a su popularidad. Este no es el caso en Marruecos, donde el Rey Mohammed VI (55) ha recibido muchas preguntas en lugar de ser aclamado. Porque ¿dónde estaba su esposa, la princesa Lalla Salma (40 años)? Su ausencia rompe los rumores sobre su naturaleza.

    Desde octubre de 2017, la princesa Lalla Salma ha vuelto a aparecer en público. Se tomaron sus deberes de anfitriona durante la reciente visita de Harry y Meghan en Marruecos por el príncipe Moulay Hassan, el sucesor de Mahoma. Lalla Salma dejó el palacio real hace algún tiempo, y los numerosos comentarios sobre las causas de la tensión en el país donde la homosexualidad es muy difícil.

    Inicio prometedor

    Ya existía un gran descontento en la política marroquí cuando el rey decidió incluir Pierre Berge, figura emblemática del movimiento homosexual francés y amigo del icono de la tarde de la moda Yves Saint Laurent, entre los caballeros de la Orden de alauita Wissam, ahora que Muhammad tiene aún más la esposa para mantener la apariencia de una vida heterosexual, se supone que renunciará en cuanto el príncipe de la corona alcanza la mayoría de edad. Aunque muchos gays marroquíes oprimidos esperan que Mohammed permanezca en el trono después de salir.

    La carrera política del rey Mohammed VI, sin embargo, comenzó de una manera prometedora. Hace veinte años, después de la muerte de su padre dictador Hassan II, tomó una bocanada de aire fresco. Las expectativas eran altas, ciertamente cuando Mohammed también se casó con la bella científica en computación Salma Bennani. La propia madre de Mohammed, Latifa, una princesa bereber, llevó la vida oculta de una mujer del harén. Lalla Salma, por su parte, ha hecho todos los esfuerzos posibles para mejorar la imagen de Marruecos como un país islámico progresista. No simboliza como ninguno la modernización defendida por Mohammed. Incluso en su boda, Salma no llevaba pañuelo en la cabeza. Recibió el título de « princesa », por primera vez en Marruecos, y ha realizado visitas oficiales a Marruecos y en el extranjero, por lo que es la primera mujer en el mundo real, en un país islámico. Pero su cuento de hadas no duró. Según algunas fuentes, la pareja se divorció en silencio, hace dos años.

    Dueño grande

    La popularidad de Mohammed también se ha deteriorado por otra razón. El monarca parece menos preocupado por los problemas de su gente que por sus placeres. Una vez fue llamado el « rey de los pobres », pero en realidad, lanza los dirhams a la velocidad de la luz. El monarca posee una gran parte de la economía marroquí: es un gran terrateniente y un importante productor de productos agrícolas. Además, usa su influencia política para hacerse aún más rico. Con una fortuna estimada en 5 mil millones de euros, que aparece en la lista Forbes de los super-ricos entre los multimillonarios del petróleo, como el sultán de Brunei y el rey de Arabia Saudita reales. Mohammed VI puede vivir verdaderamente como un príncipe de los cuentos de hadas de las noches árabes.

    Baño de sangre

    Antes de suceder a su padre Hassan, murió a la edad de 70, el marroquí Príncipe Sidi Mohammed fue uno de los más buscados después de solteros en el mundo. El príncipe parecía ser amigo de casi todo Hollywood. Fue descubierto en torno al llevar puesto un par de gafas de sol de moda en la nariz y un traje de una manera llamativa alrededor de su torso robusto en otro supercoche para una próxima cita mundana. Por lo tanto, los marroquíes espera que gran parte de su príncipe, que parecía decididamente optar por una vida moderna inspirada en el modelo occidental: el rey Hassan II no estaba prestando atención a la sucesión de su hijo mayor y, lo que era sorprendente, dado más confianza a muchos marroquíes. Hassan II describió a su hijo mayor como débil, que nunca podría convertirse en un rey decisivo. En el reinado de 38 años en el trono, el patriarca dictatorial había respondido a todas las críticas contra su régimen por un baño de sangre. Hassan no podía entender que un monarca también pudiera parecer comprensivo. Fueron especialmente los rumores sobre la naturaleza de Mohammed lo que preocupó al viejo monarca.

    Por ejemplo, se murmuraba que Mahoma había recibido una cantidad impresionante de empresas masculinos bien construidas en su palacio Les Sablons en venta. Hassan, preocupado, dejó que su hijo lo siguiera cuando hizo una pasantía en Bruselas con el presidente Jacques Delors de la Comisión Europea. Los informes de sus espías no se preocupe: Mohammed se observa con mayor frecuencia en los bares gay de Bruselas, en los locales de la administración europea. La comitiva real guardó silencio sobre esto, pero la élite de la capital de Rabat era muy consciente de la vida principesca.

    Asesinada?

    La muerte de Hassan en el verano de 1999 provocó una gran agitación entre los líderes religiosos, militares y políticos de Marruecos. Quizás lanzaron el rumor de que el Príncipe Heredero sería responsable de la muerte de su padre, para descalificar a Sidi Mohammed. El chisme todavía surge hoy, por improbable que sea. Después de todo, el viejo gel fue ingresado en el hospital con una infección pulmonar cuando murió de un ataque al corazón. Los jóvenes marroquíes esperaban mucho del moderno rey de 36 años a quien llamaban súper cool en el oeste.

    Las primeras medidas del rey Mohammed VI también cumplieron con estas expectativas. Puso a los consejeros de su padre en la puerta. Puso fin al harén en el que el rey Hassan II mantuvo más o menos sus cincuenta concubinas encarceladas. Y emprendió una gira por el país y fue recibido en todas partes con entusiasmo. Su compromiso con la princesa progresista Lalla Salma fue la guinda del pastel.

    Desempleo

    Después del nacimiento de sus dos hijos, Moulay Hassan y Lalla Khadija (12 años), Mohammed y Salma fueron fotografiados la felicidad de su familia. El rey estipulaba en la ley que las mujeres marroquíes podían elegir a su propia esposa y que ellas mismas podían pedir el divorcio. Desafortunadamente, no se han propuesto otras innovaciones y las reformas económicas necesarias aún están esperando innecesariamente. Incluso hoy, todavía hay mucha pobreza, desempleo y analfabetismo en Marruecos, por lo que Mohammed es cada vez más criticado en su propio país. Sobre todo porque rara vez vive en este país.

    El rey tiene un palacio en casi todas las ciudades de Marruecos, pero su residencia favorita está en el pueblo francés, Betz. Hay un castillo de cuento de hadas en un parque de 70 hectáreas. Sus pura sangre árabes están en el establo, como parte de su amada colección de autos deportivos. Mohammed ha modernizado completamente el enorme castillo durante veinte años. Veinte Bessins (habitantes de Betz) trabajan a tiempo completo en la finca real. Pero si Mohammed se instala allí, otras cuarenta personas deben firmar la estricta cláusula de confidencialidad que le pide a su personal. Y, por lo tanto, parece poco probable que alguien de la corte de Mohammed pueda revelar dónde está la princesa Lalla Salma en la actualidad.

    Het Laatste Niews, 24 de marzo de 2019

    Tags : Marruecos, Mohamed VI, Lalla Salma, divorcio, princesa,

  • ¿Quién fue en realidad el «santón» evangelizador del Sáhara Occidental?

    Durante mucho tiempo se ha cuestionado la misma existencia del primer evangelizador del Sáhara Occidental, cuya tumba en Tagaost era venerada incluso por los musulmanes, que le habían enterrado según sus costumbres.

    Un estudio en la revista Mar Océana, que dirige el historiador Mario Hernández Sánchez Barba, contribuye decisivamente a aclarar la cuestión.

    Lo escribió Luis Joaquín Gómez Jaubert bajo el título « Un misionero agustino en el Sáhara », lo cual da ya una primera pista sobre el personaje.

    Misioneros que llegaron de Canarias

    Las crónicas hablan de una presencia temprana en la costa africana de misioneros procedentes de las Islas Canarias, por su cercanía geográfica. En particular, frailes agustinos.

    « Los restos de uno de estos misioneros, enterrados en Tagaost, eran venerados por los musulmanes que, en esta tierra dominada por la cultura nómada, mantenían su hospitalidad y espíritu de tolerancia que se ha ido perdiendo con el sedentarismo, en la degeneración fundamentalista de algunas escuelas coránicas y en las formas impuestas por el Majzen marroquí », explica Gómez Jaubert.

    Testimonios espontáneos

    La historia comienza en 1525. Tras destruir los moros la torre y factoría de Santa Cruz de la Mar Pequeña, se organizó una expedición desde las islas que acabó con la captura del alcalde de Tagaost, por aquel entonces una importante localidad.

    Trasladado a la ciudad tinerfeña de San Cristóbal de la Laguna, el alcalde moro vio a dos frailes agustinos e hizo lo posible por verles. Les explicó entonces que había reconocido su hábito porque es el que había llevado en su enterramiento un santón al que veneraban en aquella zona los musulmanes.

    Dos agustinos de La Laguna, portugueses, viajaron luego a Tagaost para verificar esta historia, que tendría una segunda parte en 1546, cuando dos capitanes moros se acercaron a saludar emocionados a unos frailes agustinos, también en Tenerife.

    Treinta años después, y tan lejos como en Lisboa, otro saharaui haría lo mismo.

    Son coincidentes, pues, los testimonios espontáneos de que la figura de un fraile agustino era venerada en el siglo XVI en el Sáhara Occidental, y se le atribuían diversos milagros. Diversas expediciones para localizar la tumba lograron encontrarla y verla, así como la casa en que vivió el monje y algunos libros que usó. Así figura en diversas crónicas.

    Múltiples hipótesis

    Su identidad no ha llegado nunca a desvelarse por completo. Gómez Jaubert recuerda que numerosos agustinos mallorquines estuvieron en Canarias ya desde el siglo XIV, y apunta la hipótesis de su origen balear, o incluso de que fuese un canario formado en religión en Baleares y que hubiese regresado luego a su tierra.

    La misma veneración que le guardaban los musulmanes les llevó a impedir a los frailes que acudieron a estudiar el caso que se llevasen ningún objeto o reliquia suya que habría facilitado la identificación.

    Muchos estudiosos han supuesto que fue un portugués llamado Tadeo, otros que Bartolomé o Mateo. Se ha llegado a fabular si la tumba no podría ser incluso la de San Agustín, o contener los restos de un caballero templario.

    Gómez Jaubert detalla, y en su caso refuta, estas hipótesis, aunque considera totalmente probado que ese « santón » existió, que era un fraile agustino, que predicó en el Sáhara desde principios del siglo XV, que se le atribuyen milagros, y que fue venerado por su bondad en vida y después de muerto.

    El caso es que la decadencia de Tagaost a lo largo del siglo XVI llevó a su desaparición, y con la del pueblo, la de la tumba, un desafiante misterio para los historiadores.

    Fuente: Religión en Libertad, 29 oct 2013

    TAGS: arqueología, Devociones populares, Historias de evangelización, Misioneros, Marruecos, Tagaost, Sahara Occidental, religión,
  • Marruecos: Cuatro periodistas condenados a seis meses de prisión condicional

    Reporteros sin Fronteras (RSF) condena la absurda condena de cuatro periodistas marroquíes a seis meses de libertad condicional y una multa de diez mil dirhams tras la publicación de los debates de una comisión parlamentaria de investigación sobre el déficit del Fondo de Pensiones marroquí (CMR).

    Los periodistas Mohammed Ahdad del diario Almassae, Abdehak Belchkar, jefe de la oficina de Rabat de Akhbar Alyawm, Kawtar Zaki y Abdelilah Sakhir de Eljarida 24 fueron condenados hoy 27 de marzo de 2019 por el Tribunal de Primera Instancia de Rabat a raíz de una denuncia del Presidente de la Segunda Cámara del Parlamento.

    « Condenar a los periodistas que sólo han informado a penas de prisión es totalmente injustificado », dijo RSF. Este veredicto es infundado, ya que se basa en una ley específica del funcionamiento de la Cámara de Consejeros, que penaliza la publicación de información sobre el trabajo de sus comisiones. Recordamos que Marruecos adoptó un nuevo Código de Prensa en 2016 que ya no prevé penas de prisión para los periodistas ».

    Marruecos ocupa el puesto 135 de 180 países en el Índice Mundial de Libertad de Prensa 2018.

    Reporteros Sin Fronteras, 27 marzo 2019

    Tags : Marruecos, prensa, Reporteros Sin Fronteras,

  • Argelia: El ejército propone una salida a la crisis política

    Primero había advertido de los posibles desvíos que podrían provocar las manifestaciones. Después, poco a poco fue acogiendo con agrado la mentalidad cívica y el pacifismo de las marchas. Ya el 18 de marzo declaró: « Con un espíritu de responsabilidad, es posible encontrar soluciones lo antes posible ».

    De esta manera, el Comandante superior del ejército argelino, Gaid Salah registra una intervención inminente para tratar de poner fin a la crisis política que atraviesa el país desde el comienzo de las manifestaciones ciudadanas contra un nuevo mandato para el presidente Abdelaziz Buteflika.

    Gaid Salah intervino pidiendo la aplicación del artículo 102 porque la crisis política se encuentra en un callejón sin salida: por un lado, la calle ha entrado en una lógica de « retirada », por otro lado, el círculo presidencial se ha « obstinado ». Al pedir la aplicación del artículo 102, Ahmed Gaïd Salah pone fin al statu quo que habría durado hasta el 28 de abril, fecha oficial de finalización del mandato del Presidente, y que presentaba un doble riesgo: el de las manifestaciones desbordantes y el del vacío constitucional e institucional que habría llevado a un final de mandato sin solución.

    El momento oportuno también está probablemente ligado al contexto: desde principios de mes, las deserciones se han multiplicado, incluso en la administración, entre los partidarios antes incondicionales del presidente, que se encuentra aislado.

    El mandato del Presidente termina oficialmente el 28 de abril. Pero los comentarios del Jefe de Gabinete probablemente precipitarán su partida.

    Según fuentes cercanas al antiguo DRS (servicios de inteligencia disueltos en 2016, pero todavía activos a través de sus redes), el Consejo Constitucional está formando un colegio de médicos jurados para declarar al Presidente Bouteflika « no apto ».

    Según el artículo 102, el Consejo Constitucional propondrá a ambas cámaras del Parlamento que declaren el estado de impedimento. El Presidente del Consejo de la Nación (Senado) será entonces responsable durante 45 días para asegurar el interinato del Jefe de Estado. Si, después de 45 días, el estado de incapacidad continúa, el Presidente del Senado continuará actuando durante otros 90 días durante los cuales se organizan elecciones presidenciales, de acuerdo con el artículo 104 por « el gobierno que ocupaba el cargo en el momento de la incapacidad », es decir, el actual gobierno de Noureddine Bedoui!

    Según fuentes cercanas, Abdelkader Bensalah, de 76 años, jefe del Senado durante 17 años, que está enfermo, podría ser destituido y podría ser nombrado un nuevo presidente del Consejo de la Nación. Entre los nombres que circulan: el del ex presidente argelino Liamine Zeroual, quien estuvo a cargo de asegurar una transición en la década de 1990.

    Tags : Argelia, Gaid Salah, ejército, crisis política, artículo 102, vacío de poder, presidenciales 2019,

  • Luis de Oteyza entrevista a Abdelkrim El Jatabi y su hermano

    Eduardo del Campo

    En el verano de 1921 España sufrió una de las mayores carnicerías de su historia, el Desastre de Annual. Tras quedarse sin agua ni comida en sus fuertes de la costa norteafricana por la falta de previsión del general Manuel Fernández Silvestre, que había avanzado sin asegurar los suministros, oficiales y soldados se retiran despavoridos en estampida hacia Melilla ante la ofensiva de los rebeldes independentistas de las cabilas rifeñas. Miles de militares españoles mueren (4.000 sólo en Annual y las posiciones vecinas el 22 de julio, a los que hay que sumar los caídos en otros puntos en los días siguientes), muchos de ellos degollados sin piedad como corderos por sus captores pese a que se habían rendido y entregado las armas.

    Otro millar de jefes y reclutas, esa carne de cañón española que tan bien retrató Ramón J. Sender en la novela Imán (1930), tuvieron la suerte de no ser pasados a cuchillo y convertirse así en prisioneros de guerra del gobierno independiente del Rif, con capital en Ajdir, cerca de Alhucemas, en el norte mediterráneo de Marruecos. El caudillo de la sublevación y presidente de la efímera república beréber era Mohamed Abdelkrim el Jatabi, antiguo periodista de El Telegrama del Rif de Melilla y funcionario de la administración española en esta ciudad, a quien secundaba un gobierno en el que su hermano menor ejercía de ministro de Exteriores.

    El desastre militar contribuiría al golpe de Estado de 1923 y la consiguiente dictadura del general Miguel Primo de Rivera, quien en 1925 comandó el desembarco de Alhucemas y aplastó la rebelión con el apoyo de Francia y de otro futuro dictador, el coronel de la Legión Francisco Franco.

    Antes de todo eso, un año después de Annual, en el verano de 1922, un periodista español cruza el Mediterráneo hacia la Guerra de África. Pero no para entrevistar a los líderes del propio bando, sino al del enemigo. Se trata de Luis de Oteyza, director del periódico La Libertad. Éste viaja con el fotógrafo Alfonso Sánchez Portela, Alfonso a secas en su firma profesional, y un Pepe Díaz que deducimos que sería el periodista y escritor José Díaz-Fernández, que había sido soldado hasta poco antes en la zona y recrearía su experiencia bélica en la novela El blocao (1928).

    De Oteyza se propone cumplir una de las grandes misiones del periodismo: contar qué dice, cómo es, qué hace, quién es ese hombre a quien nuestro gobierno y la mayor parte de nuestra sociedad consideran el enemigo número uno y la encarnación del mal. Explicar, en su caso, por qué Abdelkrim y los hombres a los que representa nos atacan. O, dicho de otra manera, la misión de responder a esta pregunta: ¿Los otros son tan malignos como los pintamos, o tan humanos como nosotros, pero con distintos intereses? El periodista tiene que hacerlo además contra la corriente dominante de los que denuncian que escuchar al enemigo y darle la palabra supone ser cómplice de su “propaganda terrorista” (el delito, por poner un ejemplo actual, por el que procesaron en 2010 en Turquía a los periodistas turcos que habían ido a entrevistar al jefe de la guerrilla kurda) y por tanto reo de traición al “nosotros” de la patria (al periodista marroquí y rifeño Ali Mrabet, cuyo abuelo paterno luchó precisamente al lado de Abdelkrim, lo denostaron en Marruecos cuando rompió el tabú y fue a hablar con el Frente Polisario en el Sáhara hace unos años, por añadir otro ejemplo cercano).

    Ojo. Luis de Oteyza no se limita a ver al enemigo indómito, exótico, musulmán y con turbante que puebla las pesadillas de la metrópoli y recoger sus declaraciones sin más, contentándose con la exclusiva, como alguno hará décadas después con, pongamos por caso, Osama Bin Laden en su refugio de la frontera afgano-paquistaní (personaje del que Abdelkrim está en los antípodas, dicho sea de paso): su encuentro con Abdelkrim no es una sumisa rueda de prensa sin preguntas sino una verdadera conversación entre dos personas respetuosas e inteligentes que se hablan de tú a tú.

    De Oteyza lo cuestiona de forma crítica y le plantea a los asuntos más sensibles, como su humillante estancia en la cárcel española, pero sin caer por ello en el interrogatorio grosero, atosigante o agresivo con el entrevistado. Demuestra que la cortesía y el trato humano son herramientas mejores que la pose de insobornable inquisidor periodístico a la hora de crear un clima cordial en la entrevista y ganarse la confianza del interlocutor, que será así mucho más proclive a abrirse al extranjero. La cordialidad del periodista hacia el enemigo está aquí, claro está, condicionada también por el hecho de encontrarse en su territorio y tener que guardarse de sus posibles represalias ante una salida de tono, pero va más allá: es una actitud que se adopta por principio de imparcialidad con todas las voces de la información.

    El periodista viaja a Ajdir con el permiso del enemigo para visitar a los prisioneros españoles del Rif y entrevistar a sus captores. Primero se reúne con el hermano menor de Abdelkrim, al que nombra indistintamente como Mahomed o M’hammad, quien le explica que su hermano y su tribu no aprobaron las matanzas de los soldados españoles que se rindieron y que incluso evitaron otra carnicería al impedir que sus combatientes entraran a sangre y fuego en una sitiada y desprotegida Melilla. De Oteyza pregunta y su interlocutor responde sin eludir ninguna cuestión, esforzándose siempre, en tono conciliador, por explicar que la lucha del Rif es por su liberación del yugo y el maltrato colonial, y que no sólo no tienen nada contra el pueblo español sino que invita a venir a todo el que lo haga en son de paz. Poco después, el 2 de agosto de 1922, lo recibe el líder, Mohamed Abdelkrim. Es el primer periodista español que lo logra.

    Luis de Oteyza, a medida que pregunta y repregunta a Abdelkrim y a veces lo rebate o corrige, permite también, dando voz al líder rifeño, cuestionar la imagen que la sociedad y el gobierno español se han hecho de él. Porque Abdelkrim se revela en este cara a cara con un entrevistador independiente como un hombre sensato, racional, dialogante. Alguien que defiende una causa justa y con quien se puede llegar a un acuerdo.

    El periodista, en apartes al lector, cuenta que está de acuerdo con lo que afirma Abdelkrim pero se lo oculta a éste, para mantener la distancia y poder seguir preguntándole sobre la cuestión sin entregarse a él. El clímax de la entrevista se produce cuando Luis de Oteyza llega a la conclusión, aunque sin manifestársela a su entrevistado, de que 20.000 víctimas españolas se podrían haber salvado si unos jefes militares caciques no hubieran abusado del padre de Abdelkrim. Que no habría habido sublevación, ni guerra ni muerte si el protectorado español del Rif, en suma, no hubiera degenerado en un régimen de explotación y abuso del indígena.

    Luis de Oteyza maniobra con maestría para seducir al interlocutor. Luego tensa la conversación con cuidado de no romper la cuerda, frenando, rectificando y cambiando de tema cuando percibe que el clima de confianza puede saltar por los aires, cortando la comunicación y acabando el encuentro. Conciliando empatía, tacto y arrojo, logra por ejemplo que Abdelkrim, a pesar de palidecer cuando le pregunta por su doloroso paso por una cárcel española, exprese y desarrolle esos recuerdos, ante la sorpresa de sus guardaespaldas y hombres de confianza que asisten a la entrevista y le hacen gestos al periodista para que no siga por ahí cuando saca el tema y persevera en él.

    La entrevista concluye con la memorable descripción de Abdelkrim que cede a la insistencia de su entrevistador para retratarse con él ante la cámara de Alfonso, en unas fotos históricas. Abdelkrim no quiere retratos, pero acepta ante el persuasivo argumento de que si no aparece su imagen en el periódico como prueba en España creerán que el director se ha inventado la entrevista.

    Luis de Oteyza nació en Zafra, Badajoz, en 1883, y murió exiliado en Caracas en 1961, hace este medio siglo. Abdelkrim murió también en el exilio, en 1963 en El Cairo.

    Reproducimos a continuación los diálogos sucesivos de Luis de Oteyza con el hermano menor de Abdelkrim, “ministro de Estado” a sus 25 años, y con el propio líder rifeño. El largo fragmento pertenece al texto que el director publicó en La Libertad el 8 de agosto de 1922 y ampliaría en 1924 en forma de libro con el título de Abdelkrim y los prisioneros (reedición en la Biblioteca de Melilla en 2000). Lo encontramos en el apasionante libro de Mohamed Kaddur Antología de textos sobre la Guerra del Rif (editorial Algazara, colección África Propia, volumen 33, Madrid, 2005). Es, dice Kaddur, un “documento verdaderamente importante y prácticamente el único al que tuvo acceso la opinión pública española sin estar interesadamente manipulado y deformado por la censura de la época”. Con ustedes, un scoop del periodismo español del siglo XX.

    Eduardo del Campo es periodista en el diario El Mundo, con base en Sevilla. Su último libro publicado es Capital Sur (Paréntesis, 2011). Su último reportaje en FronteraD fue Los últimos de Misrata. En su sección maestros del periodismo han aparecido:

    Ramón J. Sender en Casas Viejas (1933)

    Sofía Casanova en la Revolución Rusa de 1917

    Manuel Chaves Nogales

    ¡Qué persona, Carmen de Burgos, Colombine!

    Blanco White, tinta liberal

    José Martí,

    La lección de Antonio Machado

    ***

    Caudillo del Rif

    [Entrevista con el líder independentista rifeño Mohamed Abdelkrim y su hermano]

    Luis de Oteyza

    Es la plácida hora en que la tarde refresca, y grato el lugar: una de las galerías de la casa de Mohamed Azarkan, abierta al verde de la Vega y a los azules del mar y del cielo. Con el Pajarito, que en mi honor los ha convocado, me rodean Abd-el-Krim el joven; Mohammedi Ben Hadj, su ayudante en el ministerio de Estado; El Maal-lem, jefe de los guardias del mar; Abd-el-Krim Ben Siam, segundo de Abd-Salam en el ministerio del Interior, y Mohamed Quijote, el comandante de la artillería. Platicamos, o como ellos dicen onomatopéyicamente, nos entregamos al chau-chau.

    El momento y la ocasión son propicios para obtener informes.

    —¿Os causaría una gran sorpresa, al atacar Annual, no que la posición cayera, pues al atacarla es porque esperabais conseguirlo, pero sí que todas las demás posiciones se desplomasen también?

    Tomo un sorbo de mi taza, doy una chupada a mi pipa, y espero. Los rifeños se miran unos a otros. Pajarito sonríe. Al fin, M’hammad Abd-el-Krim toma la palabra:

    —Pero, ¿cree usted eso? ¿Hay alguien en España que crea eso?

    —¿El qué? –pregunto, haciéndome el ignorante.

    —Que el levantamiento de las cabilas sometidas no estaba preparado –me contesta.

    Hago un esfuerzo tal para contener mi emoción, que siento contraérseme los músculos al tirón de los nervios. Logro así que no me tiemble ni la voz, y puedo decir entonadamente:

    —Estaba, pues, preparado el alzamiento.

    —Desde abril –responde M’hammad–. Y crea usted que no nos costó gran trabajo hacerlo.

    Cambia unas palabras en árabe con Mohammedi Ben Hadj, quien, volviéndose a mí, dice:

    —Poco trabajo. ¿Sabes tú? Nadie querer obedecer españoles. Estar quietos por fuerza. Yo, yo decirles que luchar, y todos, todos ponerse contentos. Yo ser el que ir.

    —Pero –pregunto–, ¿y nuestra Policía indígena no se enteró?

    —Enterarse, claro que enterarse. Y no decir nada. Policía decir lo que querer, sólo lo que querer. Y cobrar duros. Encima cobrar duros.

    Ríe Ben Hadj con risa de lobo y ríen los demás. Luego me miran, como extrañados de que no me ría yo con cosa tan cómica.

    M’hammad Abd-el-Krim, considerando lo que me pasa, me dice:

    —Es triste, pero así es. Hágase usted cargo. Además, que odian la ocupación. No tiene usted idea de la que les hacen sufrir, de lo que les vejan, de lo que les torturan.

    — Pero serán excepciones…

    —No, no; son todos. Y la mayor parte sin malicia. ¡Si es que no comprenden! Nuestra justicia es nuestra religión. Ya sabe usted que las leyes todas están contenidas en el Corán. Nuestros jueces son por eso sacerdotes juntamente. Y se pone a ejercer de juez un capitán de mía, que, por desconocer cuanto a nuestros usos se refiere, ignora hasta el idioma. Aun siendo bueno, y los ha habido muy malos, tiene que proceder mal. ¡No comprenden! Pero, ¿cómo van a comprender ellos si ni los más encumbrados comprenden? Un detalle, señor: en Nador han hecho una iglesia, que no sé qué falta haría, ya que el poblado no tiene cincuenta españoles y está a un cuarto de hora de Melilla, y en el altar mayor han colocado a Santiago matando moros.

    —Comprendo lo de que no se lleve nuestra dominación con gusto –digo, sin saber lo que decir–; pero la deslealtad de los que se brindan a servirnos… ¡Que no hubiese uno que avisara de lo que se preparaba!

    —¿Avisar?… Bastante se avisó.

    —Hágame usted el favor, Mahomed. ¿Quiere darme los verdaderos antecedentes de la cuestión?… Ustedes, su padre, su hermano, su tío, eran amigos de España. ¿Cómo y por qué dejaron de serlo? Esta enemistad es lo que ha traído la resistencia de los beniurriagueles, y con ello todo lo demás. Cuénteme.

    El joven Abd-el-Krim se concentra un momento, y luego habla pausado, pero sin interrupción. He aquí lo que dijo:

    —Los beniurriagueles no se habían sometido jamás a ningún dominio extraño. ¡Ni el poder del sultán reconocían! Y mi familia, los Abd-el-Krimnes, eran en la tribu la suprema autoridad. Mi padre, al morir el suyo, tomó el mando. Mi padre era un hombre ilustrado y progresivo, que comprendió la necesidad de civilizar el Rif. Para ello preparó a sus hijos. Yo, que era un niño, fui enviado a Málaga a un colegio, donde cursé el bachillerato y la carrera de maestro normal, siendo mandado a Madrid después a estudiar para ingeniero. Mi hermano, ya mayor, abogado y sacerdote musulmán, marchó a Melilla. Mi padre, considerando que lo que se proponía había de conseguirlo con la ayuda de una nación europea, escogió a España, la más próxima y la de carácter más parecido al nuestro. Quería una unión con ella y preparaba la aceptación del protectorado, de un protectorado de verdad.

    Éste había de ser conservando a los rifeños sus usos, sus costumbres y sus leyes, y la ocupación militar, poniendo las fuerzas al servicio, a la orden de las autoridades indígenas. Esto esperaba mi padre; pero vio que era al contrario. Y vio que era, además, con arbitrariedades, con abusos, con atropellos. Protestó entonces ante los gobernantes de España y de Marruecos. La contestación fue decirle que se pusieran en manos de Jordana. Se negó y encarcelaron a Mohamed.

    Pacientemente esperó mi padre a que éste fuera liberado y pudiera retirarse de Melilla. Enseguida aguardó el fin del curso para que llegase yo a Alhucemas sin obstáculos en el camino. Y teniéndonos ya seguros, rompió todo trato con España.

    Mi hermano tampoco quería ya nada más. Sin embargo, yo… Al comenzar el nuevo curso, Ximénez, el director de la Residencia de Estudiantes, y Aguirre, el del ministerio de Estado, me escribieron diciéndome que volviese, a lo cual respondí con largas cartas explicando lo ocurrido, pidiéndoles que se interesasen por la situación de Marruecos, y advirtiéndoles que si España seguía así habría una guerra, porque estaban muy excitados los ánimos; principalmente, en las cabilas sometidas. Acababa diciéndoles que se nombrase una persona civil inteligente que hiciera un viaje de inspección. No me contestaron. Y supe que se habían enviado copias de mis cartas a los Comandantes de Melilla y Tetuán, los cuales decían que había que escarmentarme por la falta de respeto.

    Ha callado un momento el joven Abd-el-Krim. Vacila… Al fin se decide a decirme:

    —No voy a ocultarte nada. Mi padre quería atacaros, y cuando operasteis sobre Tafersit salió con una harka; pero regresó enfermo, y al poco tiempo murió.

    —¿Entonces tomó el mando el hermano de usted? –pregunto.

    —Sí; mi tío Abd-Salam, que es El Jatabi hoy, y yo, le apoyamos. Tuvo el mando supremo. Y decidió permanecer a la defensiva. Claro que preparando fuerzas, uniendo a las cabilas, previniendo, esto es, un ataque.

    —¿Y esperaban ustedes quietos?

    —Quietos del todo. No hablamos siquiera a las cabilas sometidas.

    —Queríamos aún –añade Mahomed– ver si la paz era posible.

    —¿Hicieron ustedes gestiones para ello?

    —Verá usted. Ocurrió la toma de Annual, ¿sabe cuándo? Entonces se avisó a Silvestre por mediación de Got y de Idris (ya ve usted que atestiguo con vivos) de que allí había de detenerse. Supimos que quería tomar Quilates, y éste –señala a Pajarito– fue a verle y le dijo que no moviera un soldado. Que hablaríamos, porque deseábamos de veras que no estallase la guerra. Pero que si antes movía un soldado, pasaría algo irremediable.

    —¿Y fuiste tú –pregunto a Pajarito– a llevar ese recado?

    —Sí, yo mismo.

    —¿Y no te tiró Silvestre por la ventana?

    Pajarito dice riendo:

    —Faltó poco.

    Hace una pausa evocadora, y añade:

    —Me dijo que España tenía poder para ir donde le diera gana, sin mirar quién se ponía delante; que él estaba dispuesto a entrar en Beniurriaguel aunque se opusieran todos los Abd-el-Krimnes del mundo, y que prefería llegar por la fuerza mejor que templando gaitas.

    Vuelve a hablar Mahomed Abd-el-Krim:

    —Vuestros soldados salieron de Annual y tomaron Abarrán. Atacamos la posición apenas colocada, y la tomamos en el día. Los moros que estaban con vosotros se limitaron a huir. La orden de atacaros no era hasta después de tomar Annual.

    —Todavía –sigue diciendo– mi hermano intentó detener los acontecimientos. Por mediación del coronel Civantos mandó una carta a Silvestre. No tuvo contestación.

    —¿Y que decía esa carta?

    —Lo mismo de siempre: que se detuvieran los soldados en Annual.

    ¿Contestó Silvestre? No lo he podido saber. Las respuestas que a esto me dan no son claras.

    —Mi hermano –dice al fin Abd-el-Krim, dominando la confusión–, pasó a Temsaman y estableció su cuartel en Amezauro. Allí estuvo reuniéndonos a todos, y desde allí envió emisarios a las cabilas sometidas, avisándolas de que se acercaba tal vez el instante. Se preparó todo en un par de semanas.

    —¿Lo que se preparó fue el ataque a Igueriben?…

    —Sí, el ataque a Igueriben. Lo de atacar a Annual se decidió luego. Al ver lo quebrantadas que quedaron vuestras fuerzas, y, sobre todo, al enterarnos de que Silvestre estaba allí, decidimos cogerle.

    Calla un instante.

    —Mi hermano dirigió el ataque, que duró cinco días. Cortamos el camino entre Annual y Sunma. Enseguida vino el intento de auxilio, y al rechazarse éste, la evacuación.

    —El decidirse a proceder sobre Annual, ¿se debió principalmente al deseo de coger a Silvestre? –inquiero.

    —¡Oh, claro! –me contesta Mahomed.

    —Según eso, ¿se le odiaba mucho?

    Es Pajarito quien responde:

    —No se le odiaba a él sólo. La culpa no la tenía toda él. Era su rivalidad con Berenguer la que le había vuelto loco. Ya lo sabíamos. Y también que le empujaban desde Madrid.

    Mahomed Abd-el-Krim interrumpe:

    —El querer cogerle era sólo para privar de él a sus tropas.

    —Murió, ¿verdad? –pregunto.

    —¡Claro!

    Las cabilas se alzaron todas, como estaba convenido, al enterarse de la toma de Annual. Esto no sorprendió a los beniurriagueles. Pero sí les sorprendió la rapidez con que cayeron nuestras posiciones. Tanto no esperaban. No podían esperar que su victoria fuese tan pronta y tan absoluta.

    Interrogo a Mahomed:

    —¿Qué pasó?

    —Ya vio usted que no pasó nada –me responde–: que no se asaltó Melilla, aunque estuvo indefensa durante casi tres días.

    —¿Y esto lo sabían ustedes?

    —Tan lo sabíamos, que tuvimos que trabajar mucho. Ben Siam, sobre todo. Nosotros no queríamos pasar de la línea del Kert, y establecer allí la frontera; pero al ver que las cabilas sometidas se excedían en acometividad y en furia, temimos que asaltasen Melilla. Hubiera sido horrible. La Humanidad entera se hubiese horrorizado ante un saqueo así, con los incendios, las violaciones y los asesinatos consiguientes. Mi hermano lo comprendió, y envió a éste con tres caides y seiscientos hombres para evitarlo. En el Gurugú estuvieron una semana protegiendo a Melilla; hasta que estableció Berenguer la línea defensiva.

    Calla Abd-el-Krim. Yo también callo. ¿Dicen verdad?…, ¿Es “fantasía”, según ellos califican?… Me notan en el rostro la duda.

    —No cuente usted eso si no quiere –me dice–. Yo lo he relatado porque éstos me lo han pedido, y por contestar a la pregunta de usted. Además –añade–, no tiene ningún mérito. Aspirábamos ya, como aspiramos ahora, a que se nos considere un pueblo digno y no una tribu de salvajes. Por eso quisimos evitar ese acto, que se consideraría feroz en todo el mundo.

    Aprovecho la coyuntura que tan abiertamente se me brinda para ir a asunto más delicado:

    —Ha habido, sin embargo, actos de verdadera ferocidad –digo–; ¿no me lo negará usted?

    —¿Y en qué guerra no los hubo? –me replica–. Las naciones más cultas de la culta Europa han luchado recientemente, y ya se vio –añade.

    —De todos modos … –empiezo a decir.

    —De todos modos –me interrumpe–, considere usted, consideren ustedes todos los españoles, dónde han sucedido las cosas reprobables. Los beniurriagueles no hemos intervenido en ellas. Hemos matado luchando cara a cara, y nada más. Nuestros prisioneros los guardamos, y hasta arrebatamos prisioneros a otras cabilas para salvarles la vida.

    —Sí –insisto–; pero otras cabilas…

    —Esas otras cabilas son las que habían civilizado ustedes. Y hasta podríamos disculparlas diciendo que ejercían represalias.

    —No hablemos de eso.

    —Como usted quiera.

    Se ha roto la conversación. Empezó siendo una plática amistosa, y había llegado a adquirir tonos de polémica.

    Rompe, al fin, Mahomed el silencio, diciéndome con exquisita cortesía:

    —No hay que disgustarse pensando en lo pasado. Lo pasado pasó. Y el porvenir, que ha de llegar, puede ser más dichoso. Sobre esto hablaremos mañana mientras almorzamos, porque almorzaremos juntos.

    Agradezco la invitación con las palabras de ritual, y nos despedimos.

    El almuerzo que en nuestro obsequio dispuso Mahomed Abd-el-Krim ha tenido honores de banquete oficial. Hasta el café, el riquísimo café moro, más aromático que otro ninguno y espeso como chocolate, nos ha sido servido por un negro, con arreglo a la moda de los Palaces ultra chic. ¿Estamos en la capital de una nación civilizada? De ello trata de convencemos nuestro anfitrión.

    —El Rif ha sido constituido en Republica –me explica–, de la que mi hermano ocupa la presidencia por voto unánime de los jefes de las treinta y una cabilas que la integran.

    —¿Y cuáles son sus atribuciones? –pregunto.

    —Hasta ahora –me responde Mahomed–, un poder absoluto y exclusivo.

    Viendo que sonrío, ataja mi pensamiento irónico sobre lo republicano del sistema diciendo:

    —Al principio no podía ser de otra forma. ¡Compréndalo usted! En un levantamiento militar, sólo la dictadura guerrera del caudillo puede asumir los poderes. Por ello mi hermano es, además, su propio ministro de la Guerra.

    —Hay un Consejo de ministros, pues.

    —Sí –responde vacilando–; aunque, verá usted, ninguno tenemos ministerio concreto.

    —Ha dicho usted tenemos… ¿Es usted ministro?

    El joven Mahomed, con la petulancia de sus veinticinco años, se engríe un poco.

    —Lo soy, claro.

    Pero enseguida añade con simpática llaneza:

    —Voy a explicarle a usted.

    El joven ministro habla:

    —Hasta el presente, los ministros constituimos una junta que, bajo la presidencia de mi hermano, se reúne y acuerda lo que se ha de hacer. Generalmente, mi hermano designa al que le place para que realice cada gestión. Uno cualquiera, el que mejor puede llevar a cabo el asunto. Y sin especialización determinada.

    —No entiendo eso –interrumpo.

    —Pues es bien sencillo. Vea usted… Nos aprovecha a todos para todo. Yo, por ejemplo, que poseo varios idiomas y tengo relaciones en diversos países, suelo llevar los asuntos de lo que ustedes llaman ministerio de Estado; pero si hace falta organizar una tribu y está ocupado mi tío Abd-Salam, que es quien suele encargarse de los asuntos del Interior, voy, y la organizo.

    También en Guerra actúa usted –indico–, pues usted nos dio el golpe de Magán.

    —En Guerra actuamos todos. Y como soldados rasos. Yo llevo siempre fusil; y todos igual. Nos batimos para dar el ejemplo. En el asalto al Peñón de Gomara, crucé la Isleta y entré en el cuartel. Matamos gente; pero nos mataron también mucha. Yo tuve suerte en no ser de éstos, pues hasta bayonetazos hube de parar.

    Calla un momento, recordando el apretado trance.

    —Pero no voy a contarle mis hazañas bélicas –dice al fin–. Pregunte usted sobre cosas más interesantes.

    —¿Quiénes forman con usted y con su tío el Ministerio?

    —Mohamedi Chenus, que es el encargado de la Justicia. Y otros más… Azarkan y El Maal-lem, también. Y otros, ¿sabe usted?…

    —¿Qué otras autoridades hay? –pregunto.

    —Las de los jefes de las cabilas. Algo así como gobernadores. Estos dependen del poder director. Luego hay los cadis, jueces, y caides, capitanes, dependientes de los jefes. De los primeros tiene cada cabila los que necesita, uno generalmente por poblado importante, y de los segundos hay uno al mando de cada doscientos guerreros.

    —¿Nada más?

    —Nada más –responde, y enseguida pregunta–: ¿Hace falta más?

    Yo hago un signo negativo.

    —Pronto –sigue diciendo Mahomed– habrá Cámara de Diputados, escogidos por cada cabila y en número proporcionado al de habitantes.

    —¿Hasta eso?

    —Hasta eso, y más. Ya lo verá usted.

    Juzgo llegado el momento de discutir en serio. Y acercándome a mi interlocutor, le hablo al alma, más aún, le hablo a la inteligencia.

    —Formalmente, Mahomed, dígame si cree usted, usted que conoce las naciones constituidas, en la posibilidad de que el Rif llegue a serlo. Una nación verdadera, ¿eh? Una nación donde estén garantizadas la hacienda y la vida, no sólo de los propios, sino también de los extraños.

    —Y hasta de los enemigos –responde–. Y eso –añade– no es que pueda llegar a ocurrir; es que ocurre ya. Usted tiene la prueba.

    —Sí –insiste–, usted la tiene. Lleva usted tres días en Aydir paseando libremente por todas partes, con sus ropas y con sus maneras, que revelan su condición de español… ¡Y no le ha seguido un chiquillo, no le ha gritado una mujer, no ha dejado de saludarle un hombre!

    Tengo que callar. Él habla aún:

    —Formalmente también, señor De Oteyza, dígame usted si cree que ocurriría eso en Madrid con un beniurriaguel.

    No he levantado siquiera la vista para que no vean en mis ojos la contestación, que de ningún modo quiero dar. Dibujo en mi carnet. Mahomed se inclina sobre mi hombro y ve que estoy pintando una paloma con un ramo de oliva en el pico. Me habla en tono afectuoso:

    —La paz y la amistad… Con ellas alcanzaría España todos los beneficios que en el Rif pueden lograrse. Los alcanzaría sin pérdida alguna…

    —¿En qué condiciones? –pregunto.

    —La independencia absoluta desde el Kert hasta Tetuán.

    —¿Con nuestro protectorado?

    —No; el protectorado, que un día creímos aceptable, hoy sabemos que no lo es. Ni una posición ni un soldado.

    —Entonces…

    —Una unión de intereses, en cambio, de modo que España quedase en nuestro territorio mejor que ninguna otra nación. Es el pueblo que más estimamos, pues sabemos que sus ideas y sus sentimientos son análogos a los nuestros. Os daríamos puntos de mercado y la preferencia para explotar las riquezas del país. Como hermanos os tendríamos entre nosotros. El Rif no ha combatido a los españoles, sino al partido imperialista que quiso avasallarle. A los trabajadores, a los comerciantes, no es que los rechacemos, ¡es que les pedimos que vengan!

    —Pero reconocer vuestra independencia sería inútil. Otras naciones intervendrían…

    —¡Que lo hagan! Con quien sea lucharemos hasta el exterminio… ¡Con quien sea! El Rif ha vivido siempre independiente, sin reconocer dominación ninguna. Y así sigue, y así seguirá.

    —Usted conoce, Mahomed, los verdaderos poderíos…

    —Usted ha visto el nuestro. Aquí todo hombre es un soldado, y un soldado al que no hay que pagar ni mantener. Las defensas naturales de nuestras montañas están reforzadas. Hay cuarenta cañones emplazados sobre la bahía, y en la playa, doble línea de trincheras. Podrán aplastarnos; pero la mano que lo haga se desgarrará la carne y se romperá los huesos.

    —Sin embargo, los aplastados seríais vosotros –digo, sin poder dominarme, en un atávico sentimiento de orgullo racial.

    Mahomed pone su mano sobre mi brazo, y dice pausadamente:

    —No hablemos de guerra, que es de paz de lo que interesa que hablemos.

    Y sigue diciendo:

    —Si reconociese España nuestra independencia, llegaríamos hasta a una alianza con ella, y no tendría amigos más fieles ni más abnegados que nosotros.

    He encendido un cigarro para calmar mi nerviosidad. Fumo un instante en silencio. Al fin me recobro enteramente.

    —Lo primero que ha de hacerse –digo a Mahomed– es el rescate de los cautivos.

    —No están ya en España –me responde– porque no han querido vuestros gobernantes.

    —No diga usted eso, Mahomed –le advierto–; eso no es creíble.

    —Oiga usted y juzgue –me contesta.

    Y empieza así el relato de lo ocurrido en este asunto:

    —A poco del desastre, estorbándonos los prisioneros, que habíamos hecho, más que nada, para evitar que fuesen muertos, comenzamos a devolver algunos. El Maal-lem entregó catorce que estaban enfermos, además de una mujer, en la plaza de Alhucemas. Y, naturalmente, solicitó que se le pagasen los gastos que por ellos había hecho. No le pagaron ni una peseta. Puede usted preguntar al interesado. En esto –continúa M’hammad– comenzó a caer prisionera gente nuestra, y la reclamamos ofreciendo el canje. Ni se nos contestó.

    —Pero ha habido negociaciones –digo.

    —Sí –me responde–; al cabo, Berenguer envió a Idris Ben Said, y se convinieron las condiciones: la libertad de todos los rifeños presos, y cuatro millones de pesetas. Pero la gestión se rompió. Parece que, no habiéndose ultimado cuando el viaje que hizo el Sr. La Cierva con los directores de los periódicos, ya no se quiso seguir. Y pasó el tiempo sin que nada más se hiciese. Después –continúa– vino lo de Almeida. Este señor, que estuvo en la plaza de Alhucemas, inició otra negociación. Le pedimos que lo primero de todo pusiera en libertad a los beniurriagueles pacíficos que están presos. Son éstos de diez a quince. Y se les prendió cuando el desastre, sólo por ser de Beniurriaguel. Tres de ellos estaban en Melilla estudiando en la Escuela Indígena, otro tenía una tienda en el Malecón, y algunos eran viajeros que volvían de Argelia. El Sr. Almeida respondió que nos daba cuarenta y ocho horas para ponernos al habla con él, y que si nos negábamos nos pesaría. A las cuarenta y ocho horas se fue, y no nos ha pesado.

    —¿No ha habido más?

    —Casi no… El padre Revilla se entrevistó con mi hermano en Beni-Ulicheck, y éste le dijo que no había dificultad en el rescate; que viniera alguien con facultades bastantes y se haría. Revilla, que no quiso ni venir a Aydir a ver los prisioneros, se fue y no volvió.

    —¿Y así estamos?

    —No. Últimamente mi hermano tuvo una carta escrita en Tánger por el marqués de Cabra, a quien recomienda Mohamed Ben Sadik El Hach, pidiendo entrar en tratos. Le contesté que viniera, y esperándole estamos.

    Y Mahomed termina:

    —Pues bien: si viene él, o si viene otro, se llegará aun acuerdo. No hay dificultad ninguna por nuestra parte. Puede usted afirmarlo.

    —Lo haré.

    —Insistiendo en que si no están libres los prisioneros es porque no viene nadie a tratar de verdad el asunto.

    —Lo haré –repito.

    Y hecho queda

    Amogar Ben Haddu, jefe de la guardia personal de Abd-el-Krim, ha aparecido en la puerta, que custodian dos centinelas con el fusil terciado. Una seña se cambia entre él y Pajarito, quien nos dice:

    —Pasad.

    Cruzamos entre los centinelas que no nos saludan por no cambiar de posición el arma, y penetramos en una habitación grande donde detrás de una mesa, de pie y apoyado ligeramente en el brazo de un sillón, hay un rifeño cuyo parecido con Mohamed Abd-el-Krim nos revela quién es. Estamos en presencia del presidente de la República del Rif.

    Mientras éste nos indica con un ademán que ocupemos tres butacas puestas en fila ante la mesa y a unos cuatro metros de distancia de ella, examinamos el recinto y sus ocupantes. No hay más muebles que los citados y ningún otro accesorio, salvo un gran tapiz rojo y blanco que cubre en parte el suelo de ladrillo. Nada en los muros encalados, y ni un farol siquiera pendiente del techo de vigas cruzadas. A más de Abd-el-Krim y de nosotros hay otros seis hombres: cuatro soldados en línea a la derecha, con los fusiles terciados, como los centinelas del exterior; Pajarito, que se apoya indolente en la puerta de entrada, y Amogar, colocado rígido tras de su señor, con el puño puesto en la funda de la pistola.

    Abd-el-Krim recita pausadamente las rituales preguntas de la cortesía musulmana. Si estamos bien de salud, si nuestras familias gozan de igual beneficio, si nos ha cansado el viaje, etc., etc. Después se detiene en una pausa larga, que al cabo rompe súbito, diciéndome:

    —Habla tú.

    Yo, empleando el tuteo también, le digo:

    —Sidi, aunque sé lo absolutamente conforme que en ideas y en sentimientos está contigo tu hermano, y por más que de esto mismo que voy a preguntarte he hablado con él largamente, quiero para los lectores de La Libertad las respuestas de tu boca. En España ignoran la absoluta identificación que existe entre tu hermano y tú, y creerán más lo que tú digas que lo que otro diga por ti. Así, te ruego me digas si tú, representante indiscutible del pueblo rifeño, haces la guerra por tu voluntad.

    —Nosotros no queremos la guerra –dice Abd-el-Krim–, pero estamos dispuestos a defender nuestro honor, es decir, nuestra independencia, porque yo juzgo, y todos los míos lo creen así, que la independencia es el honor de los pueblos, mientras sea preciso.

    Abd-el-Krim habla lentamente, dictándome, al ver que yo escribo. Le he dado con un gesto las gracias, y él me ha saludado sonriente. Luego me dijo Pajarito, hablando del carácter de su jefe, que no le había visto sonreír desde hacía mucho tiempo.

    —Entonces, sidi –pregunté insinuante–, ¿estás dispuesto a aceptar la paz y la amistad con España?

    —Siempre que no haya cosa que se relacione con ningún lazo de yugo.

    —Pero el protectorado no es una dominación, y…

    —No –responde rápido–, de ninguna manera. El protectorado es un nombre que se ha dado al modo de avasallar nuestros derechos. En tu Gobierno no tiene la palabra otro sentido.

    —¿Así, pues, no queréis más que la independencia?

    —Nada más.

    —Sin embargo, sidi, no debe ocultarse a tu buen juicio y a tu alto saber, que aunque España accediese a concederos la independencia hay otras naciones que no la aceptarían.

    —Pues pasaría con ellas lo mismo que ha pasado con España. Pero no lo creo, no lo creemos (Una pausa.) Y sobre ello quiero hacerte una pregunta yo.

    —Hazla, sidi.

    —¿Por qué dices eso?… ¿ Es que sabes tú algo respecto a eso?…

    —Yo no sé nada. Juzgo, sin embargo, que las potencias europeas no consentirán fácilmente que se forme un nuevo Estado en la costa del Mediterráneo, junto a ellas, casi entre ellas. Por eso he apuntado la sospecha de que tal vez, si España abandona su intervención en África, otra nación ocupe el puesto dejado.

    Abd-el-Krim me mira a los ojos como si quisiera adivinar en mí un pensamiento oculto. Yo sostengo su mirada sin pestañear, y él baja la vista, diciendo:

    —Ya veremos… De todos modos, lucharemos por nuestra independencia como han luchado los demás.

    —¿Es decir –le pregunto–, que sólo por vuestro deseo de independencia lucháis con nosotros, y que no tenéis otro motivo para hacernos la guerra?

    —Quisiéramos que no hubiese guerra –responde, sin contestar directamente a mi pregunta.

    Y como volviendo a ella, añade:

    —El Rif no odia al pueblo español, y no le hubiese odiado nunca si no fuera por la invasión militar. Hubo odio, porque el Rif vio en el militar al español; pero ya comprende que no es así. Ahí está la cosa.

    —Según eso, como me ha dicho Mahomed, si se hiciese la paz darías a España el trato de nación más favorecida.

    —Sí, está bien.

    En estas palabras de Abd-el-Krim, y, sobre todo, en el tono que las ha pronunciado, hay una indiferencia desdeñosa de la que me propongo sacarle. “Ahora vas a ver”, pienso. Y de pronto le digo:

    —Y en ti, personalmente en ti, ¿no hay nada contra los españoles?

    En el brillo de sus ojos noto que he logrado inquietarlo. Sin embargo, no ha pestañeado siquiera ni ha hecho el menor ademán. Y sin cambiar el tono de voz me contesta:

    —Personalmente yo, nada. No hay nada más que esto: que los militares que están encargados de gobernar no son capaces de hacerlo y abusan mucho de la dignidad. Nos hemos convencido, y no hemos podido admitir esto.

    Entonces decido irme a fondo:

    —¿Y particularmente con Silvestre?

    La parada es limpia y completa:

    —A Silvestre le conocí en Melilla hace muchos años, cuando no era más que comandante, y fue muy amigo mío.

    —Luego no es verdad –insisto secundando el golpe– eso que cuentan de que tú abandonaste Melilla porque Silvestre te abofeteó.

    Pausadamente mueve Abd-el-Krim la cabeza, y con más calma aún que antes dice:

    —Cuando yo me vine de Melilla, no estaba Silvestre. Estaba Aizpuru … Y tampoco he tenido nunca queja de Aizpuru –termina.

    Yo permanezco callado un momento, y él entonces, como en soliloquio, dice:

    —Tratamos de convencer a los encargados del Gobierno… Les escribimos a Madrid. No nos contestaron… ¡Se reían de nosotros!…

    —¿Y entonces –interrogo rápido– tomaste la determinación de romper con España?

    —No; la determinación la tomó mi padre. Él nos mandó a mi hermano venirse de Madrid y a mí de Melilla. Yo, como M’hammad, le obedecí.

    No hay modo de exaltarle. Los pinchazos no le hacen efecto. ¿Tal vez el cautiverio? Y preparo el hierro al rojo.

    —Estuviste preso, ¿verdad, sidi?

    Ha palidecido con la espantosa palidez de los cobrizos, poniéndosele el rostro de color ceniza. La mano, que tiene pendiente del brazo del sillón, le tiembla. Pepe Díaz me da un codazo, y al alzar los ojos veo a Amogar haciendo señas de que me calle. Abd-el-Krim no dice, sin embargo, sino estas sencillas palabras:

    —En Cabrerizas. Once meses menos dos días.

    Pero ha dicho bastante. La cifra exacta, en horas casi, del tiempo de su prisión, demuestra cuán fijo está en su memoria el recuerdo del trance fatal. Sin embargo, no veo en su rostro, que escudriño, señales de furor. Más bien un velo de tristeza…

    —Cuéntame eso, sidi –le ruego.

    —El capitán Alemán, uno de la Guardia civil, ¿sabes?, y Riquelme me llevaron a presencia del general Aizpuru y me anunciaron que estaba detenido. El general me dijo que se veía obligado a detenerme, de orden de Jordana, porque mi padre no había querido ir al Peñón a cumplimentarle.

    Ahora soy yo el que tengo que dominarme para que no se note mi emoción. ¡Es mi país el que hace tales cosas! Por satisfacer el orgullo de un funcionario, más o menos encumbrado, se falta a la ley de gentes, y –“es peor que un crimen: es una torpeza”– se falta atacando a un hombre cuyo poder debía conocerse, y que nos estaba sirviendo, sosteniendo… Trato de disculpar lo que sé que no tiene disculpa, diciendo:

    —Eso no es posible. ¿Cómo se va a encarcelar a un hijo por lo que haga o deje de hacer su padre?… Además, que el dejar de cumplimentar a la autoridad no es un delito. ¡Ni al propio interesado le podían hacer nada por eso! Alguna otra cosa habría.

    —No la había –responde–. Se me acusó de errores y malicias en un trato que tenía con el capitán de la Policía indígena Sist. Un capitán que no me quería bien… Pero el juez fue Sanz, uno que hoy es general. Puedes preguntarle. Y dijo que no tenía yo culpa, y me absolvió. Ya ves… Y seguí en la cárcel.

    —¿Seguiste en la cárcel después de absuelto?

    —Seis meses aún. Me dijeron que era preso político.

    Callo y medito. Presos políticos… Detenidos gubernamentales… Son resortes de gobierno que no hay inconveniente en emplear; ¿verdad, señores estadistas? Pero a veces el tener seis meses en la cárcel a un hombre ocasiona la pérdida de veinte mil soldados y un gasto de varios miles de millones, sin contar la vergüenza de las derrotas, el horror de los sacrificios…

    —¿No quieres saber nada? –me pregunta Abd-el-Krim al verme callado.

    —Perdona, sidi –respondo–; es que estaba pensando la forma de rectificarte. Estás equivocado. Si te prendieron fue a petición de Francia, y por tus ideas y tus sentimientos germanófilos.

    —No es verdad –replica rápido.

    Y enseguida añade, como arrepentido de su precipitación en dar tan rotunda negativa.

    —Puede ser; pero a mí no me comunicaron eso. Y no lo creo, además.

    —¿No?

    —¡Claro que no! Todos los militares que estaban en Melilla, y gran parte de los paisanos, eran germanófilos. Si hubiesen detenido también a los demás, podría admitir eso. Pero se me detuvo a mí sólo… Y otros eran mucho más germanófilos que yo. ¡Mucho más!

    Aplastado por su lógica, trato de escalonar mi retirada para abandonar el asunto:

    —Tú intentaste escaparte.

    —Cuando me comunicaron que estaba absuelto y vi que no me ponían en libertad… Entonces me rompí la pierna –termina, con un deje de amargura.

    Yo hago un gesto de condolencia, y Abd-el-Krim ataja las palabras que piensa vaya pronunciar:

    —Fue una fatalidad de la que nadie tuvo la culpa. De nada tiene nadie la culpa. Son cosas de conjunto que uno o dos no hacen ni deshacen. Yo a nadie guardo rencor. Al general Jordana mismo no le tenía odio, aunque fue él quien decretó mi encarcelamiento.

    Aprovecho la ocasión para cambiar ya el tema de los personalismos:

    —La paz, pues, ¿es posible por tu parte?

    —Siempre que se conserve la independencia nuestra. De otra manera no habría paz. ¡Pasarían las mismas cosas! Tú sabes que pasarían. Y como ahora, como ahora, seguiría la lucha. ¡Con razón! Tú sabes que con razón.

    —Bueno, sidi –digo sin asentir a su indicación–; queda el asunto de los prisioneros. Es lo que más interesa al pueblo español y en lo que más desorientados estamos. ¿Pueden rescatarse?

    —Pueden. Pero que vengan a tratar en serio. Ya le habrá dicho mi hermano…

    —Sí; mas hay algo en las condiciones que imponéis injusto, evidentemente injusto. Pides la libertad de todos los rifeños presos.

    —Claro.

    —No tan claro, sidi. Hay entre ellos ladrones y asesinos juzgados y condenados. ¿Ésos también se han de liberar? Los detenidos políticos y los prisioneros de guerra no hay nadie que no crea justo devolvértelos. Pero esos otros, esos otros… ¡son criminales!

    —Más criminales son los aviadores, que matan mujeres y niños. A los aviadores que hemos cogido también les hemos formado causa y les hemos condenado. Si los españoles os quedáis con los que habéis condenado, nosotros nos quedaremos con éstos.

    —Mohamed, escucha –lo digo con el más persuasivo acento que puedo encontrar–: no muestres una intransigencia que nadie, nadie, en ninguna nación, admitiría. Los aviadores emplean un arma terrible, tan terrible como quieras. Para mí todas las armas son igualmente brutales; pero reconozco, si quieres, que esa lo es más que las otras. Sin embargo, es un arma admitida por todos los pueblos civilizados. Y los militares que la usan por mandato de su patria, en obligación de una obediencia que juraron, no pueden equipararse con asesinos.

    —Para mí lo son más que nadie –dice enérgico.

    Y añade, exaltándose a medida que habla:

    —¡Las naciones civilizadas! Vienen a civilizar con aviadores… Matan seres indefensos, y los matan impunemente. ¡No hay, entre todos los asesinos de la tierra, mayores asesinos!

    —Entonces –le digo cortando su peroración– para rescatar a los prisioneros habría de ponerse en libertad a todos, absolutamente a todos los presos, ¿verdad?

    —Sí.

    —Bien. Y la otra condición es que se os entreguen cuatro millones de pesetas.

    —¿Cuatro millones de pesetas? Eso es lo que era antes. Ahora no es.

    —¿Ahora es más?

    Abd-el-Krim me mira fijo. Yo le miro a él. Hay un silencio. Al cabo me pregunta:

    —¿Estás tú facultado por el Gobierno para tratar?

    —De ningún modo, sidi –replico–. Ni lo estoy ni lo estaré nunca. No he tenido ni tendré nada que ver con los gobernantes de mi país. Mandé que te lo dijeran. ¿No lo han hecho?

    —Sí, sí; está bien. Pero si no tienes facultades para tratar, ¿a qué vamos a discutir?

    Insisto con el natural empeño:

    —No vamos a discutir condiciones, claro está. Sin embargo, tú puedes decirme a qué obedece el cambio. Esto siquiera…

    —Esto ya lo puedes tú comprender. Las negociaciones han sido rotas por el Gobierno español, y esto lo debemos aprovechar nosotros. No hacerla sería abandonar un derecho. Tú lo comprendes. Claro que tú lo comprendes.

    Abd-el-Krim habla con deseo de persuadirme. Yo callo, sin asentir ni negar con un ademán ni un gesto. De pronto, tras una pausa, me dice:

    —¿No serás como el padre Revilla?

    ¿A qué viene tal cosa? Hago un movimiento de asombro. Luego digo:

    —No sé cómo es el padre Revilla; pero sospecho que no me parezco a él en nada. ¿Por qué me preguntas eso?

    —Porque el padre Revilla no dijo lo que yo le dije. Dio a entender que yo no quería soltar los prisioneros; que deseamos tenerlos como rehenes. Nosotros no necesitamos tener como rehenes a los prisioneros. ¿Para qué rehenes, si nosotros tenemos nuestro armamento y nuestros hombres para luchar? Dilo así, así mismo.

    —Así mismo lo diré. Ya ves que, aun causándote una molestia grande, estoy escribiendo, palabra por palabra, cuanto me dices. No tienes inconveniente ninguno en liberar a los prisioneros. ¿Lo escribo así?

    —Escríbelo.

    —Ya está. Y digo que, por tu parte, esperas a que se te acerque un

    delegado del Gobierno. ¿No es eso?

    —Eso es. Pero siempre que no sea un militar. Con militares no trato. Y nada más de esto.

    Creo inútil insistir, y me dispongo a dar por terminada la conferencia. Cierro el carnet y guardo el lápiz. Al verlo, Abd-el-Krim me dice:

    —¿No tienes más que preguntarme?

    —No –respondo–; pero si tú quieres decirme algo, estoy a tu disposición.

    Vacila Mohamed, y al cabo habla:

    —Decirte yo… ¿Y qué decirte? España sabe demasiado lo que tiene que hacer.

    Hace una pausa y continúa:

    —Yo creo, sin embargo, aunque esto no debiera decirlo, que a España no le conviene una guerra que no tendrá fin. Y cuando menos lo espere, de seguir así, vendrá otro desastre. Le hubiera convenido una alianza.

    —¿Tú crees, sidi, seriamente en la posibilidad de esto después de lo pasado?

    Me mira con extrañeza y me dice tranquilamente:

    —Ya lo creo. ¡Si no ha pasado nada! Esto es siempre igual. Nosotros los rifeños, que estamos unidos ahora, estuvimos separados antes. Y también…

    Se calla. Yo le insto:

    —¿Y también… ?

    —Nada. Ya no tengo nada más que decirte. Y tú me has dicho que no tenías nada más que preguntar. Creo que hemos terminado.

    Se ha puesto en pie. Yo le hago seña de que se detenga.

    —Una pregunta aún, sidi, y ni siquiera una nueva pregunta, sino una ratificación de lo ya tratado. Me has dicho que no sentís odio contra los españoles; pero tu hermano ha ido más allá. Ya sé que en todo estáis conformes; sin embargo, conviene que tú me repitas la declaración extensa de tu hermano. ¿Estáis dispuestos a recibir entre vosotros, para cooperar al desenvolvimiento de vuestra prosperidad, a los españoles?

    —Ya lo creo. Lo repito.

    —¿Quieres dármelo firmado?

    Abd-el-Krim vuelve a sentarse. Toma una pluma y escribe el autógrafo cuya reproducción fotográfica es ésta:

    [Las puertas del Rif están abiertas para todos los paisanos españoles como lo han estado para el director de La Libertad / Mohamed Abd El Krim / Aydir 2 de agosto 1922]

    Me lo alarga, y dice sonriendo:

    —¿Quieres más todavía?

    —Sí, sidi; quiero que permitas a mis compañeros retratarte.

    —No puedo, no; de veras que no puedo. No es por prejuicio político ni religioso. Es que… ¡Es otra cosa! Imposible, imposible.

    Alfonsito y Pepe Díaz, que han permanecido tanto tiempo inmóviles y callados, se levantan y quieren hablar. Yo les hago seña de que no intervengan. Y digo a Abd-el-Krim:

    —Insisto porque es cosa que a ti y a mí nos conviene. Yo tengo enemigos que, acaso no sabiendo cómo combatirme, negarán esta entrevista; y respecto a ti ya sabes que nuestros gobernantes propalan que estás herido. Desmiente tu herida como Pajarito ha desmentido su muerte. ¡Que te vea el pueblo español a mi lado, bueno y sano, para que sepa cómo se le engaña.

    —Está bien. Ven aquí.

    Pepe Díaz y Alfonsito van hacia la puerta mientras yo arrastro mi butaca junto al sillón de Abd-el-Krim.

    Se tiran las pruebas sin ninguna dificultad. Los fotógrafos dicen que mientras nos retrataron yo tuve apoyada en la nuca la pistola de Amogar. No lo noté. Pero aunque lo hubiese notado no me habría movido… ¡No era cosa de estropear un cliché tan valioso por semejante pequeñez!

    Autógrafo del joven Abd-el-Krim

    El hermano del presidente de la República rifeña, ministro de Estado de la misma, horas después de la conferencia celebrada por el autor con Abd-el-Krim, le dirigió, reiterando las palabras suyas a que hace referencia al final de la interviú que antecede, la carta presente:

    Sr. D. Luis de Oteyza.

    Director de “La Libertad”

    Como le he manifestado de palabra le reitero por escrito que el Rif no combate a los Españoles ni siente ningún odio hacia el Pueblo Español. El Rif combate a ese imperialismo invasor que quiere arrancarle su libertad a fuerza de sacrificios morales y materiales del noble Pueblo Español.

    Le ruego manifieste a su Pueblo que los rifeños están dispuestos y en condiciones de prolongar la lucha contra el español armado que pretenda quitarles sus derechos, y sin embargo tienen sus puertas abiertas para recibir al español sin armas como técnico, comerciante, industrial, agricultor y obrero.

    Mad. Abd-el-Krim

    Aydir, 2 agosto 1922

    Fuente : Frontera D, 26 Enero 2012

    Tags : Marruecos, Rif, Hirak, Abdelkrim El Jatabi, Luis de Oteyza, emtrevista, Guerra del Rif,

  • Abdelkrim: el ‘moro’ que cambió la historia de España

    ‘La traicion de Abdelkrim vino por las promesas incumplidas de España’

    Fue un precursor de los movimientos de liberación nacional

    Amanda Figueras

    Ligeramente estrábico, de inteligencia precoz, gran sentido de la diplomacia y extraordinaria capacidad para el trabajo. Es Abdelkrim El Jatabi (Axdir, 1880-El Cairo, 1963), más conocido por ser aquel ‘moro amigo’ de España quien años después lideraría la resistencia rifeña contra la ocupación española en Marruecos.

    De él se hablaba en los años veinte, después su figura ha caído en el olvido. La historiadora María Rosa de Madariaga publica ‘Abd el-Krim El Jatabi. La lucha por la independencia’ (Alianza Editorial) para reivindicar su figura y romper mitos.

    « Su papel para la historia de España y el mundo ha pasado inadvertido, pero es fundamental ». Según explica en una entrevista con ELMUNDO.es, es un precursor de los movimientos de liberación nacional de los pueblos colonizados después de la Segunda Guerra Mundial.

    Explica que las derrotas militares llevaron a la dictadura de Primo de Rivera -para acallar las voces que pedían responsabilidades tras el ‘expediente del general Picasso’ que daba cuenta de la incompetencia de los mandos españoles en la batalla de Annual-. De ahí vino la República -como oposición a la dictadura- e incluso la del general Francisco Franco, golpe orquestado por un grupo de militares ‘africano militaristas’ (de la Legión y los Regulares, cuerpos coloniales) reforzados justamente tras haber vencido al rifeño.

    Ambición cultural

    El magrebí, según relata De Madariaga, lo quería ver todo, estudiar todo, era muy inquieto. De ahí su ambición. Estudió en la Universidad de Al Qarawiyin (Fez), después se trasladó a Melilla y trabajó como periodista, profesor de una escuela de enseñanza primaria para hijos de marroquíes establecidos en la ciudad y fue juez.

    Después, ejerció de intérprete de las Oficinas Indígenas, gracias a un puesto creado a su medida. Vivió la primera parte de su vida orientado al vecino del Norte, y la considerada como « traición » fue fruto del desencanto por las promesas incumplidas.

    Abdelkrim pensaba -como su padre- que España, a la que la Conferencia de Algeciras había dado un papel predominante en la zona septentrional del país, podría contribuir mediante una importante ayuda económica y técnica al progreso del Rif.

    Todo ello, en medio del ambiente convulso que vivía Marruecos en aquellos primeros años del Siglo XX, en el que había violentas reacciones contra el Majzén y los extranjeros, a los que se hacía responsables de todos los males que les aquejaban.

    España ocupaba parte del norte, Francia iba sumando territorios en la región occidental a los que ya controlaba en la oriental �incluso tuvo que ceder parte del Congo a Alemania a cambio de que la dejara trabajar por sus intereses en la zona-.

    La soledad del rifeño

    Abdelkrim pagaba la enemistad de las gentes de su tribu, ayudó a los españoles en varias ocasiones en la organización de desembarcos militares -estaba de acuerdo con algún modo de ocupación pacífica- que después, por diversos motivos, no se realizaron. Pero él, se quedaba sólo ante el recelo, y a veces la violencia, de los suyos.

    Hasta que, frustrado, un día optó por ponerse al lado de aquellos que luchaban contra la ocupación extranjera, a pesar de que ideológicamente no estaba de acuerdo con parte de su argumento: no rechazaba la cultura occidental ni el progreso.

    El libro no se olvida del lado humano del personaje, en el que la autora ha indagado de la mano de una de sus hijas, Aicha. Cuenta cómo fue su relación con ellos, con algunos, más intensa sólo durante su exilio en la Reunión y después en El Cairo.

    Mentiras repetidas

    La historiadora arremete contra quienes han escrito sobre el asunto sin hacer una investigación seria « han aportado algo, pero hay muchos que no han ido a las fuentes primarias, a los archivos. Nadie es perfecto, y es verdad que hace tiempo muchos documentos no se podían consultar, aún así no se debe repetir las cosas sin comprobarlas », explica.

    Uno de los ejemplos de esta deformación es la extendida historia de que el enfado de Abdelkrim hacia España se debió a que el general Fernández Silvestre, comandante general de Melilla, le había dado una bofetada. « No fue así », aclara. Ella se ha metido a fondo en los documentos, de lo que da cuenta en el libro, en el que se reproducen decenas de ellos, como con él solicitó la nacionalidad española (lo hizo sin éxito en dos ocasiones).

    « El mayor error de la percepción de España respecto a Abdelkrim es verlo como un jefe salvaje y cruel. Se le atribuyeron erróneamente las masacres de Monte Arruit, de Zeluán y Nador (regiones próximas a Melilla), sobre las que no tuvo responsabilidad directa », asegura.

    Además, critica que su historia sirvió para alimentar los prejuicios del imaginario colectivo de que los magrebíes son personas traicioneras. « En España ha habido amnesia colectiva respecto a la huella de los árabes en general y de nuestra relación con Marruecos ».

    El Mundo, 19 dic 2009

    Tags : Marruecos, Rif, Hirak, Abdelkrim El Jatabi, Guerra del Rif, colonialismo,

  • Farfira Films va a lanzar una campaña de CROWDFOUNDING (financiación colectiva) para costear la banda sonora original de la película SOUND OF BERBERIA durante el mes de abril.

    SOUND OF BERBERIA es un largometraje dirigido por Tarik El Idrissi, autor del documental « Rif: 58-59, rompiendo el silencio » y « El viaje de Khadija », y asociado con varios productores, entre ellos Abderrahim Harbal y Mohamed Kaghat. Este proyecto cinematográfico cuenta la historia de dos músicos que viajan por todo el norte de África en busca del verdadero sonido Amazigh, donde superan todos los obstáculos arriesgando hasta sus vidas. Esto es el resultado de una idea que el director ha estado desarrollando durante casi 15 años.

    SOUND OF BERBERIA es una reflexión sobre las fronteras y un sueño a punto de hacerse realidad. Es una Road Movie con música bereber, que revela la riqueza del mundo Amazigh en zonas sacudidas por conflictos religiosos y geopolíticos, que tiene como objetivo: poner a los Amazighs (bereberes) en el mapa, e invitar a músicos y artistas de todo el mundo a colaborar en la música. El proyecto se encuentra en su fase final: postproducción. Ahora, estamos trabajando en el lanzamiento de una campaña de Crowdfunding: el objetivo principal es recopilar 20.000 euros para financiar la banda sonora.

    SOUND OF BERBERIA recibió una ayuda, como una especie de crédito del Centro Cinematográfico Marroquí (CCM), que representa dos tercios del presupuesto total. Gran parte del tercio restante fue inyectado por los productores, queremos que la última parte sea participativa e invitar al público en general a formar parte del proyecto, participando financieramente pero también trabajando con nosotros. Esta es la primera vez en Marruecos que un largometraje de ficción opta por este método de financiación, y hemos preferido lanzar la campaña en la plataforma Ullule, con sede en Europa.

    Este proyecto cinematográfico es un proyecto que toca la universalidad de la cultura bereber, porque nuestro público está repartido por el mundo entero. En el ámbito local, hemos planeado compensaciones específicas para las organizaciones y fundaciones marroquíes que deseen colaborar con nosotros.

    ¡Les invitamos a seguirnos en nuestras páginas en las diferentes redes sociales para tener nuestras noticias y contactarnos si hace falta!

    Facebook: Sound of Berberia
    Twitter: Tarik El Idrissi

  • Londres no descarta la posibilidad de atentados terroristas en Marruecos

    El Reino Unido invita sus ciudadanos a ser cautelosos « en todo momento » durante si estancia en Marruecos porque « es muy probable que los terroristas intenten llevar a cabo atentados en Marruecos ».

    En una actualización, el ministerio británico de asuntos exteriores señala también los peligrosos que un turista puede correr a causa de la poce seguridad en las carreteras.

    Según la misma fuente, « cerca de 650.000 visitantes del Reino Unido llegan a Marruecos cada año. La mayoría de las visitas tienen lugas sin problemas ».

    El ministerio piden precaución y « evitar todas las manifestaciones » que « se realizan ocasionalmente en todo el país ».

    « Si viaja al Sáhara Occidental, debería leer nuestros consejos de viaje para este territorio en disputa » concluye.

    Tags : Marruecos, terrorismo, tráfico, circulación, turismo,